Me
gustó el titular: La miseria electoral en el Magdalena
Aunque
la tristeza nos embarga siempre, cuando hablamos de este tema.
Me
gusta que lo esté manejando Luis, por su profesionalismo.
¿No
aprenderán los políticos y poliquiteros del Magdalena que deben buscar otra
forma de enriquecerse?
El
pueblo colombiano no se merece ese tratamiento tan mezquino e irrespetuoso.
Eso
lo está presenciando el mundo entero… Ya se acabó el desorden. Casi todo se
puede probar con estos avances tecnológicos.
Llegará
el momento de empujar en la cárcel a los corruptos.
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Pd:
Bien por La Silla…
La miseria electoral en el
Magdalena
Publicado por Luis Oñate Gámez.
A José María el sol y el salitre le
han tostado tan fuerte la piel que en la parte externa del antebrazo han
comenzado a salirle escamas. No pasa de sesenta años pero de su dentadura solo
quedan unos testigos. Aun así es dueño de una sonrisa permanente y un hablar
dicharachero. Su vida ha transcurrido entre la ciénaga y el mar, una labor que
heredó de su padre y sus abuelos, y en la que también se han enrumbado sus
hijos.

Junto con su esposa, dos de sus hijos, una
nuera y ocho nietos, José María vive en uno de los tantos ranchos
multifamiliares de cartón, lata y palma que en medio de un cinturón de miseria,
basuras y olores nauseabundos se levantan a la vera de vía
Ciénaga-Barranquilla. José María es una de los centenares de víctimas vivientes
de la masacre de la Ciénaga Grande, registrada en noviembre del dos mil por 60
paramiliares al mando de “Jorge 40”, y por la que aún no hay condena para los
autores intelectuales ni reparación para los familiares de las más de 50
víctimas fatales que dejó el genocidio.

En esa masacre José María perdió un hijo,
dos hermanos, un primo y varios amigos y compañeros de faenas. Desde entonces
partió del asentamiento palafito donde vivía desde muy niño. Luego de deambular
por ciudades y pueblos del Caribe regresó a las laderas de Tasajera en Pueblo
Viejo en donde levantó el rancho que hoy ocupa. Aquí, en la nueva morada, la
angustiosa pesadilla de la masacre todavía está latente en él y su familia pero
lo que más le aterra es la miseria y la hambruna que los agobia por momentos.
Algunas veces, con sus dos hijos, en la Ciénaga Grande o el mar, comienzan
la faena de pesca antes de las tres de la madrugada y después de
doce horas de labores continuas regresan a casa solo con unas cuantas capturas,
las que a duras penas les ayudan a mitigar el hambre.

Se ha vuelto costumbre que en época
electiva la casa de José María y las de sus vecinos sean frecuentadas por los
llamados tenientes electorales, especies de intermediarios del oscuro negocio
de la compraventa de votos. Estas personas conocen la zona y a la mayoría de
los habitantes, son los que comercian directamente, y aprovechándose de sus
necesidades y penurias los comprometen a que les vendan el sufragio. En
alimentos o en dinero en efectivo, ya varios de éstos que viven en la miseria
han recibido anticipos por ese “favor” electoral.

Algunos de los tenientes vienen
desarrollando la labor como intermediarios electorales desde los tiempos de la
efervescencia paramilitar, cuando muchos de los votantes ni siquiera se
acercaban a las urnas a sufragar, otros lo hacían religiosamente por ellos. Hoy
no hay intimidación directa y pareciera que el voto fuese libre, pero no es
así. Buena parte de los electores aún sienten el mismo miedo de aquellos
tiempos tenebrosos. Creen que si no aparecen los votos de la negociación les
harán daño.
En la Casa de José María, donde hay cinco
adultos, negociaron el paquete por un millón de pesos el cual incluye los votos
para alcaldía, asamblea y gobernación. Aseguró que ha recibido dos mercados y
la próxima semana le completarán en efectivo el cincuenta por ciento, el otro
cincuenta por ciento se lo dan en efectivo el día de las elecciones.
Le sugerí que una forma de acabar con eso,
ya que el Estado ha sido inoperante, es recibir todo lo que les ofrezcan y como
castigo el día de las elecciones votar por otro, tal como aseguran expertos que
aconteció en Santa Marta en las pasadas elecciones. Él dice que no se
atreve porque ese día los buscan y siempre vigilados los llevan a votar.
También señaló que tal parece que en la región los tenientes electorales
tuvieran zonificados a todos esos pueblos y existiera entre ellos pactos para
no pisarse las mangueras.
Este panorama que se palpa en la zona norte
del Magdalena es quizás el mismo que se registra en buena parte del departamento,
en donde casi el 40 por ciento de la población vive en condiciones de extrema
pobreza y un alto porcentaje de ésa es analfabeta; caldo de cultivo para la
aberrante practica electorera. De ahí la extrañeza que causó durante la
parapolítica que hubiese mesas en donde de un potencial de 400 votantes
sufragaran 350 personas, sin votos nulos y a minuto y medio por elector. Un
dato propio para un guinness records.