La
publicación en español de Karl Marx, extraordinaria
biografía del historiador norteamericano Jonathan Sperber, nos ha
estimulado a organizar un dossier que incluye, además de este
comentario sobre el libro mencionado, un ensayo de José Rafael Herrera, así como fragmentos de IsaiahBerlin, Joseph Crosey, Karl Löwith y Ludovico Silva
Que
su
pensamiento se haya proyectado hasta nuestro tiempo no debería
incitarnos a obviar que Karl Marx fue un hombre del siglo XIX. Nació en
1818, en Tréveris, pequeña ciudad del
sudeste alemán, miembro una familia que intentaba dejar atrás las
dificultades de la condición judía: Heinrich Marx, el padre, pasó del
judaísmo al protestantismo en 1819, lo que era frecuente entre judíos de
Centroeuropa que aspiraban a participar en la vida pública. Heinrich
Marx creía en los ilustrados: hablaba de Leibniz y Newton como genios
del mundo. Y cuando Karl era un adolescente, acostumbraba a leerle a
Voltaire
en voz alta.

Karl creció en una familia numerosa: tuvo siete
hermanos. Su padre ejercía como abogado: era un profesional solicitado y
exitoso. Algunos indicios sugieren que Karl no fue a la escuela, sino
que fue formado en su casa por maestros contratados, hasta que en 1830
ingresó al Gymnasium de Tréveris. La versatilidad de su prosa,
el uso de referencias históricas, el dominio pleno de la lengua francesa
y la recurrencia de citas en griego y latín, sugieren que recibió una educación sofisticada.
Durante
sus años de formación, las “ideas de izquierda” circulaban de un lugar a
otro. El padre de Marx, figura pública, sentía desprecio por Prusia. En
una temprana disertación escolar, ya aparece con nitidez la que sería
una idea eje de su obra: la actividad intelectual como posibilidad de
progreso de la condición humana. En aquella sociedad estamental, bajo el
influjo ilustrado, Marx recibió algunas de las columnas que serían
parte de su armazón intelectual: voluntad racionalista, conexión al
ideario de los derechos del hombre, vínculo medular con el papel que el
trabajo tenía en las personas y en la sociedad.
Las realidades
Le
decían “el moro”. Ejercía un fuerte liderazgo a su alrededor. Alguna
vez se batió en un duelo con sables. La atracción que sintió
por Jenny von Westphalen, con quien se casaría, tuvo su origen en la
adolescencia. Nunca tuvo una buena relación con su propia madre (en una
ocasión se refirió a ella como “ignorante”).
Los estudios universitarios de
Marx en Bonn presionaban sobre los ingresos de la familia. Su afición a
las tabernas y algunos incidentes empujaron al padre a trasladarlo a la
Universidad de Berlín. Allí se encontraría con las ideas de Hegel, que
tan determinantes serían en su pensamiento, y que eran para muchos
objetos de culto (al escribir sobre el impacto que Hegel ejerció sobre
él, Marx escribió: “me
encadené a la actual filosofía del mundo”).
Cuando el padre
enfermó, la cuestión del modo en que Marx gastaba el dinero de la
familia se tornó una controversia que sería un amargo signo hasta el
final de su vida. La temprana muerte del padre complicó las cosas. El
tutor designado logró un acuerdo entre madre e hijo sobre la cuestión de
la herencia. Pero Marx se endeudaba, pedía dinero en préstamo, se
engarzaba en discusiones con su madre.
Jóvenes Hegelianos
Hegel
había muerto en 1831. A partir de 1835 y, por algunos años, se produjo
el protagonismo de los Jóvenes Hegelianos, quienes “se vieron envueltos
en un torbellino de pesquisas intelectuales”: pasaron del centro de la
cultura oficial a los márgenes, de la moderación al
radicalismo, de la fe al ateísmo. Marx fue uno de los Jóvenes
Hegelianos que vivió aquella tormenta de ideas que afectaría a su
pensamiento.
Ludwig Feuerbach era uno de los Jóvenes Hegelianos. Sobre él escribió Marx Tesis sobre Feuerbach,
donde está la frase tantas veces citada de “Los filósofos no han hecho
más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo”. En el año de 1841 Marx presentó un erudito trabajo sobre
las teorías de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, con el que obtuvo
el título de Doctor en la Universidad de Jena. Poco después la
trayectoria de Marx se alejaría para siempre de la Academia, al entrar
de lleno en el periodismo y la política.
Ascenso público
Entre octubre de
1842 y febrero de 1943, Marx actuó como editor informal de la Gaceta Renana.
De inmediato proyectó su enorme talento para pensar y escribir, así
como su gusto por la polémica. Se hizo enemigo del Estado Prusiano. Su
prosa brillante y sarcástica atrajo a muchos. Su debut se produjo con un
artículo sobre la libertad de prensa: atacaba a censores y
autoritarios. Bajo su conducción el tiraje creció y los suscriptores
aumentaron. Desde el periodismo se interesó por las clases bajas y el
funcionamiento de la economía. En un primer momento, su apreciación de
las ideas comunistas fue negativa. Cinco años después publicaría el Manifiesto Comunista.
Ya entonces, la idea de que las condiciones sociales configuran a los
individuos se había instalado en su pensamiento. Muy temprano
experimentó la persecución por parte del poder. La Gaceta Renana fue
cerrada a comienzos de 1843. En ese momento también
fue evidente la que sería una limitación para su actuación política: no
era un buen orador. Y aunque había banqueros y gente adinerada que lo
apoyaba, pronto se quedó sin empleo. Entre 1842 y 1852 tuvo que exilarse
en París (adonde viajó con su esposa Jenny con quien se había casado en
junio de 1843), vivir como emigrado pobre, intentar un método que le
permitiese cumplir con los tiempos del periodismo (sus atrasos se
convirtieron en una especie de rasgo de personalidad).

Múltiples influencias
A la influencia de Hegel, ante la que Marx reaccionó en su Crítica de la filosofía del Estado de Hegel,
se suma su vínculo con “una ecléctica colección de fuentes teóricas” y
literarias (Darwin entre ellas). Poco a poco iba forjando la idea que
asociaba la
emancipación de los trabajadores al fin del capitalismo. Entonces Marx
asociaba las conductas de ciertos judíos al capitalismo, aunque no de
forma exclusiva. Como Heine, también judío, se había distanciado de su
origen.
Marx vivía al límite: sus amigos a menudo hacían
colectas y le enviaban dinero. En mayo de 1844 había nacido Jenny, su
primera hija. En esa época conoció a Mijaíl Bakunin, que posteriormente
sería uno de sus enemigos insalvables. También a Friedrich Engels que,
al contrario, sería una figura crucial para el pensador y para el jefe
de familia.
Capítulo Engels
La
dupla se volvió inquebrantable a partir de 1850: el empresario práctico
y el teórico casi indigente vivían como refugiados en Londres. Marx
venía de
Bruselas, de donde había sido expulsado. Durante meses y meses, Marx y
Engels pasaban los días en las bibliotecas de Manchester. Leían con
voracidad, tomaban notas, discutían. Y aunque Marx tomó iniciativas
propias de un activista, y muchas veces participó en las luchas
intestinas de la izquierda europea, nunca se alejó de su núcleo
intelectual, donde podía dar rienda suelta a su carácter obsesivo. Esa
vocación por los detalles tenía un costo: era capaz de engarzarse en
largas y feroces polémicas (por ejemplo, en La ideología alemana invierte
más de 300 páginas en polemizar con Max Stirner, figura hoy casi
olvidada). Fue en el marco de su principal episodio como militante, la
creación de la Liga de los Comunistas, donde produjo y leyó, el año
1848, esa obra de brillo y prosa incomparable que es el Manifiesto comunista.
A
medida que su pensamiento adquiría un
carácter antiburgués, se alejó de los banqueros y comerciantes que lo
financiaban. Vivió momentos que le avergonzaban: no solo llegó a empeñar
el otro y la plata de la familia, también las sábanas y edredones que
su esposa había aportado al matrimonio.

Difícilmente podría
resumirse aquí los vaivenes de la vida de Marx: la admiración o el
recelo que suscitaba; los procesos legales y los exilios políticos que
tuvo que afrontar; las dificultades materiales que nunca le dieron
tregua (de no ser por Engels, en más de una oportunidad Marx hubiese
podido terminar en la cárcel por sus deudas); las alianzas y las guerras
en el seno de la izquierda europea, que con frecuencia devoraban sus
energías. A todo ello habría que añadir sus dolores íntimos: de los tres
hijos que tuvo mientras vivió en Bruselas, uno falleció en la infancia;
de los cuatro que tuvo mientras vivió en Londres, tres murieron en el
parto o siendo niños. Por si fuesen pocos sus problemas, en 1851 tuvo
un hijo con Lenchen Demuth, la criada (en su papel casi patológico de
protector de Marx, Engels simuló ante Jenny la paternidad del pequeño
Henry Demuth, lo que salvó el matrimonio). Entre 1851 y 1852 escribía su
otra gran obra prosística, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, donde expone la tesis de la lucha de clases y su resulta, la dictadura del proletariado.
Cuando
se instala en Londres en 1861, ciudad en la que viviría hasta su muerte
en 1883, Marx se hace asiduo de la biblioteca del Museo Británico.
Estudiaba a los economistas durante diez horas al día. Obsesionado, se
propone comprender la mecánica interior del capitalismo. De su
insondable capacidad para el estudio; de las ambiciones titánicas de su
objetivo (inventar una economía política que contribuyese a derribar un
sistema económico planetario); y de su
crónica dificultad para escribir fluidamente, proviene El capital, obra magna e inconclusa a un mismo tiempo. Entre 1853 y 1862 vive del periodismo, especialmente de sus artículos para New York Tribune (Engels
escribió no menos de una cuarta parte de esos artículos, debido a los
períodos en que Marx se enfermaba). Su trabajo sobre la Guerra de Crimea
(1853-1856), que escribió con la ayuda de Engels, hizo de él un periodista célebre.
Admirable síntesis
El
desarrollo de la teoría comunista fue paulatino: provenía de una mente
tozuda. Marx sentía genuino interés por la economía y ridiculizaba el
desdén de los izquierdistas por el tema. Despreciaba el desorden mental y
no controlaba su vocación de polemista.
Sperber se pregunta
por la legitimidad de “las dos etapas en la obra de Marx”, que han
defendido algunos estudiosos, puesto que hay conceptos hegelianos que
fueron persistentes en su pensamiento, marcas indelebles de su agenda
intelectual: fue siempre un buscador de esencias, de los aspectos
relevantes y menos visibles de los fenómenos y realidades sociales.
Marx, que muchas veces soñó con ser testigo de la crisis final del
capitalismo, padecía la contradicción de su responsabilidad como pater: aspiraba y luchaba porque su familia viviera bajo el modelo de la vida burguesa.
Entre
los muchos atributos que tiene esta biografía de Jonathan Sperber, está
su paciente descripción del modo en que la armazón conceptual de Marx
se desarrolló. Su esfuerzo más notable, más allá de las categorías que
inventó, radica en la síntesis que ofrece de las ideas matrices de El
capital, cuya redacción se inició en 1857, y cuya producción,
llena de complejidades y traspiés, se prolongó por 25 años, sin que
finalmente fuese culminada.
Final de una vida dura
En octubre de 1863, un bulto creció en la espalda de Marx. Comenzaba entonces la afección, hidradenitis suppurativa,
que se constituiría en su tortura de cada día. La enfermedad le agrió
el carácter y fue el factor
que restringió su activismo político y su disposición a la diatriba. La
aproximación a la cotidianidad de Marx, y en particular a las
condiciones materiales en que escogió vivir, nos obligan a revalorar el
tamaño, la amplitud y las aportaciones de Marx, aun cuando mucha de esa
producción fuesen manuscritos inacabados, que Engels revisó, ordenó y
convirtió en los tomos 2 y 3 de El capital.
Jenny von
Westphalen murió en 1881. Anciano y viudo, la sobrevivió por casi
quince meses. Pero el infortunio todavía no cesaba su tarea: en enero de
1883 un cáncer se llevó a su hija Jenny, que entonces tenía 40 años.
Una tuberculosis vino a apagar una mente que se mantuvo lúcida hasta el
último momento: dos meses después Marx murió sin certidumbre sobre cuál
sería el destino de su obra.
Karl
Marx
Jonathan Sperber
Editorial Galaxia Gutenberg
España, 2013
(Tomado de El Nacional, Caracas)