¿De acuerdo a lo que está ocurriendo ahora mismo en Colombia, es
bueno que lo hagamos ya, o esperemos que siga rodando sangre en nuestro
territorio?
Escuchamos voces de todos lados. Unos hablan con mucha
autoridad. Parecen expertos en el tema y hasta piensan que las Farc deben
atender sus lineamientos.
¿Qué pensarán los comandantes insurgentes?
Seguro no será fácil, pero, los colombianos nos merecemos una
mejor suerte, en ese sentido. Colombia sin guerra, sería lo ideal.
Leamos lo que piensa el ex ministro Óscar Iván Zuluaga.
RADAR,luisemilioradaconrado
La paz es la seguridad
El error del Presidente no es querer negociar
la paz, sino la obsesión por negociarla prematuramente y a costa de la política
de seguridad.
No existe un propósito más noble que la
búsqueda de la paz. Ese es, sin duda, el mayor anhelo de los colombianos, un
anhelo que las Farc han convertido en uno más de sus instrumentos tácticos de
lucha. Por esa razón, no se es enemigo de la paz al discrepar de la propuesta
de negociación del Gobierno; por el contrario, se trata de reconocer que las
Farc siempre han traicionado la confianza de los ciudadanos y los gobiernos y
de recordar lo mucho que pudimos avanzar con una política recia de seguridad.
El presidente Santos, en su propio discurso de posesión, les dijo a los colombianos que todo intento de diálogo con los violentos partiría de unas "premisas inalterables: la renuncia a las armas, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión, a la intimidación. No es la exigencia caprichosa de un gobernante de turno. ¡Es el clamor de una nación!". Tenía toda la razón.
¿Pero acaso las Farc cumplen siquiera con una
de esas premisas? ¡Tan solo el día antes del anuncio oficial de las
negociaciones, una bomba de su autoría mató a seis colombianos en el Meta, dos
de ellos niños de 7 años! Semejante crimen (uno entre tantos) confirma lo que
ya sabemos: que las Farc son el mismo grupo narcoterrorista y que las premisas
"inalterables" están lejos de cumplirse.

¿Por qué habríamos de emprender una negociación en estas circunstancias? ¿Y por qué habría una democracia de concertar con el terrorismo elementos de su modelo de sociedad? ¿Qué pasará con nuestros soldados y policías cuyas vidas seguirán en juego durante una negociación que ha renunciado a las premisas otrora "inalterables"? Y mientras el Gobierno se empeñe en sostener el proceso, ¿quién defiende a los colombianos del terrorismo?
La política de seguridad democrática del
gobierno de Álvaro Uribe demostró por primera vez que el terrorismo sí puede
debilitarse a partir de la acción decidida del Estado.
El retroceso de las Farc fue evidente y
todavía están en la memoria de los colombianos las palabras de Íngrid
Betancourt al ser rescatada por el Ejército, cuando afirmó que la reelección de
Álvaro Uribe -la reelección de la seguridad democrática- era lo peor que les
había ocurrido a las Farc. El mandato ciudadano que eligió al presidente Santos
buscaba precisamente la continuidad de esa política. Ese fue el clamor nacional
expresado en la elección de 2010.
Lamentablemente, el presidente Santos ha
desatendido ese clamor que lo eligió. Su error no es querer negociar la paz,
sino la obsesión por negociarla prematuramente y a costa de la política de
seguridad.
Ningún camino para la búsqueda de la paz
puede hacer a un lado la seguridad porque, en el fondo, la paz no es otra cosa
que un sentimiento estable de seguridad: seguridad de que la vida propia y
ajena no serán violentadas, de que la propiedad será respetada, de que las libertades
serán defendidas por un Estado eficaz y cumplidor de la ley.


La política se seguridad democrática avanzó
muchísimo en la construcción de ese sentimiento ciudadano que ya ha empezado a
diluirse en muchas regiones del país. Permitir que una negociación sea más
importante que el restablecimiento de la tranquilidad ciudadana por vía de la
seguridad delata una errónea concepción de la paz.
La seguridad democrática no busca otra cosa
que garantizar la vida de los ciudadanos, fortalecer las libertades y acrecentar
el bienestar ciudadano.
De la seguridad democrática nace la confianza
renovada de los ciudadanos en el futuro de Colombia. No podemos equivocarnos:
la paz, sobre todo la paz duradera, no es otra cosa que el camino de la
seguridad.