Admiro a Mujica, pero no tanto
como otros ciudadanos, que sienten que él es el mejor.
Lo admiro como ser humano y como
un tipo que dice cosas que le pueden servir a la humanidad.
No estoy de acuerdo que todos debemos
ser pobres y andar en un carrito destartalado, como el de él...
A mí me gustan también las cosas
bacanas, la buena comida, una grata charla, un día de playa, un carro cómodo,
una linda mujer, buen sonido para el RADAR, viajes interesantes…
La vida es una nota, y Pepe
también se la ha gozado, aunque no lo diga mucho...
Viaja, le encanta que lo admiren.
Se goza su mujer. Se gozó su mandato y aguanta muy bien las críticas.
Leamos a Thierry…
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
El mito Mujica
Por Thierry Ways
José Mujica goza de un estatus
especial en la política latinoamericana. Sus seguidores ven en él a un sabio
oracular, una beatífica amalgama de San Francisco de Asís, John Lennon y papá
Pitufo. Quien ose criticarlo, como descubrió Álvaro Uribe en estos días,
enfrenta la ira santa de los devotos.
El exmandatario austral se ganó
esa fama por su sencillez. Antimaterialista y austero, regaló su salario de
presidente, rechazó vivir en la residencia oficial uruguaya, pregona la
humildad y el desprendimiento y se mueve en un escarabajo Volkswagen del 87.
Pero el ‘estilo Mujica’, para muchos admirable, no puede ser una receta para
toda la sociedad. Y menos para la latinoamericana.
Mujica le habla al idealismo que
hay en todos. Todos quisiéramos un planeta menos consumista, más cariñoso, más
justo y menos conflictivo. Pero ‘el Pepe’, quien comparte nuestro inconformismo,
no ofrece alternativas razonables. Peor, nos invita a construir un mundo irreal
en el que esas insatisfacciones desaparecen con la varita mágica de que todos
hemos decidido ser buena onda y creer en el amor. En eso hay poco de
revolucionario y mucho de añejo.
Pues, al final, las filípicas antimercado del
uruguayo no son más que la nostalgia de las utopías colectivistas del siglo XX,
que todos sabemos como terminan. Por algo quiso tanto a Chávez y a sus huestes
socialistas.
La renuncia radical al
materialismo es una fuga de la realidad. Chévere ser como ‘Pepe’, pero, si
todos somos así, ¿quién va a crear empresas y generar empleo? ¿Quién va a
esforzarse por encontrar el duro equilibrio entre desarrollo económico y
sostenibilidad ambiental? ¿Quién va a encarar –pues existen– la maldad y el
crimen?
Lo que menos necesita América
Latina es la pasividad bucólica que promueve Mujica, con su desprecio por el
mercado y el capital. El continente exige más desarrollo, más dinamismo, más
industria, más producción y sí, más consumo, que es una de las definiciones de
prosperidad. Como escribió el periodista Andrés Oppenheimer, “los presidentes
latinoamericanos deberían dejar de hablar babosadas sobre el inexorable fin del
sistema y ponerse a trabajar –como los países asiáticos– para ser más
competitivos en la economía global”.
Aclaro que no es nada personal
contra José Mujica, el hombre de carne y hueso. En 2012, de hecho, dije que era
mi ‘personaje del año’ por su audaz propuesta de legalizar la cannabis en
Uruguay, país pionero en esa sensata medida. Y confieso que con frecuencia me
atrae la idea de un cierto ascetismo en los hábitos y el modo de vivir… aunque
mis tentativas de ponerlo en práctica culminan siempre en epicúreos fracasos.
No, mi rechazo no es a Mujica el
hombre, sino a Mujica el mito. Esa insistencia en que el mundo sería mejor si
todos viviéramos como él. La insinuación de que la pobreza es una virtud y no
una calamidad que debemos trabajar para erradicar. La fábula de que el progreso
queda hacia atrás. Cada quien puede evaluar si Mujica es un ejemplo a seguir en
su vida personal o no. Pero América Latina necesita una estrella distinta para
guiar la navegación.
@tways