Dentro y fuera de las aulas, Juan José Hoyos ha sido un maestro. En
las aulas lo fue no tanto por el hecho de que dictó clases durante casi
treinta años, sino, sobre todo, porque logró inspirar a muchos alumnos,
contagiarles su pasión por los libros, enviciarlos en la escritura. Entre
la legión de estudiantes que pasaron por sus manos pacientes, algunos
ya tienen canas y se han convertido, a su vez, en académicos
respetables. También hay reporteros acuciosos y narradores magníficos. Todos ellos confirman la vieja sentencia de Domingo Faustino Sarmiento: "la mejor biografía del maestro son sus discípulos". A
Juan José lo amaron sus alumnos, inclusive aquellos a los que nunca les
interesó contar historias. Lo amaron y lo aman porque él les amplió las
ventanas por las cuales ven el mundo y les inoculó un veneno espléndido
del cual no se repondrán jamás. Más allá de las aulas, ayudó a
preservar la rica tradición de periodismo narrativo que ha habido en su
tierra, impulsando libros importantes en el fondo editorial de la
Universidad de Antioquia. Y lo hizo en una época en la que casi nadie
más apostaba por la crónica.
Por otro lado, es un referente como cronista. Su
obra nos trae noticias sobre un país que está más allá de la histeria
mediática de cada día: sobre el ganadero cordobés que recorre las fincas
de la zona comprando muchachas de diez mil pesos; sobre el jaibaná que
está desconsolado por la pérdida de su tambor; sobre las guerras por la
tierra y el oro; sobre la selva profunda que, según sus palabras, "se
cae a gritos de monte". Por eso su periodismo es esencial. Al leerlo no solamente nos enteramos: también comprendemos. Juan
José ha escrito reportajes ya clásicos, como aquel en el cual el
sobreviviente de una masacre le dijo una frase que todavía nos
atormenta: "los muertos fuimos cinco". O su memorable relato "Un fin de
semana con Pablo Escobar". La prosa de Juan José tiene, para
decirlo con palabras de Borges, la "modesta complejidad" que otorga el
oficio, esa sencillez que es engañosa porque pareciera brotar sin
esfuerzo, cuando lo cierto es que se debe a un trabajo encarnizado. De ahí su belleza y su eficacia. Juan
José, además, es humilde. Oye, y tiene claro que enseñar no es exponer
lo que se sabe sino seguir aprendiendo. Por eso aprendió mucho mientras
enseñaba. Y por eso uno aprende de él aunque ya no enseñe. Al oírlo uno
siempre descubre pistas útiles, referencias a libros que vale la pena
leer. Siempre está -como diría Alma Guillermoprieto -
"amoblando el cerebro". Es la razón por la cual ha elaborado piezas
académicas reveladoras, como el libro "Escribiendo historias. El arte y
el oficio de narrar en el periodismo". He querido recordarlo con gratitud en vísperas del Día del Periodista. La universidad me quedó debiendo a Juan José Hoyos como profesor. La vida saldó esa deuda con creces al ponerlo en mi camino como maestro y como hermano mayor.