El mundo ha ido avanzando hasta el punto
que estamos pensando en que podríamos vivir en cualquier parte del globo
terrestre sin tropiezos.
Usted puede poner a funcionar su negocio en
muchos rincones del planeta.
Muchas naciones se han abierto al cambio…
Sin embargo, conocer el anticolombianismo
al que se refieren los colegas de Semana en esta nota que queremos socializar
por este medio nuestro, asusta.
La violencia no nos deja tranquilos,
definitivamente.
Y se pone uno a pensar, lo duro que es para
un colombiano… pero también para un peruano, venezolano, mexicano, chileno, brasilero, judío, pakistaní… que los discriminen.
Y tenemos que escribir lo que hemos escrito
en otras oportunidades: no son los países, los estados, los funcionarios… es el
ser humano que aún no entiende el hermoso papel que debería realizar en esta
vida.
¡Qué
tristeza!
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
ANTICOLOMBIANISMO
“Falso turista”. Ese
fue el dictamen de las autoridades argentinas contra 12 colombianos, a los que
les prohibieron el miércoles pasado entrar al país en el Aeropuerto
Internacional de Ezeiza. Todos venían en el vuelo AV-965 de Avianca, con la
ilusión de reencontrarse con un novio, cerrar un negocio o simplemente conocer
las maravillas de Buenos Aires. Pero solo alcanzaron a visitar las salas de la
aduana. Paola León, una de las afectadas, dijo que “somos personas de bien,
ninguno tenía manchada su hoja de vida y que nos dijeran en las noticias que
somos apartamenteros, ladrones. Es demasiado injusto”.
La mayoría no entendió por qué los
devolvieron. Las autoridades declararon haber descubierto “inconsistencias en
la documentación” y estrenaron un procedimiento legal, que desde el 7 de
noviembre permite negar la entrada de extranjeros, impulsado a raíz de la
captura de siete colombianos en un intento de atraco. La Defensoría del Pueblo
pidió que se investigara el caso a fondo “pues los controles migratorios no
pueden vulnerar los derechos de los viajeros”, mientras que en los medios se
armó un debate sobre una posible ola de discriminación.
Lamentablemente, los 12 pasajeros de
Avianca no son los únicos que han enfrentado el problema. SEMANA recibió más de
100 testimonios de rechazo contra colombianos que viven en el extranjero. Los
connacionales siempre han cargado con el estigma de narcotraficantes, sicarios,
drogadictos. Los enredos en las aduanas, las hazañas para conseguir visas o los
chistes sobre la cocaína y Pablo Escobar son comunes. Pero en los últimos
tiempos se desarrolla un anticolombianismo más grave, profundo y preocupante.
Una ola alarmante
En Venezuela siempre ha habido cierto
recelo con los colombianos, que llegaron en masa en los años de bonanza
económica. Pero desde altas esferas políticas se asocia cada vez más
abiertamente a Colombia con “imperialismo gringo”, “fascismo” y “ultraderecha”,
los enemigos públicos del gobierno de la revolución bolivariana. En octubre el
asesinato del diputado chavista Robert Serra desató una nueva oleada cuando el
presidente Nicolás Maduro culpó a “una banda de paramilitares colombianos”. Al
día de hoy no hay pruebas que sostengan esa información. También acusan a los
colombianos por el desabastecimiento crónico del país. Y al cantante antioqueño
Maluma casi lo crucifican por un incidente tan trivial como sostener una
bandera venezolana al revés, que según Diosdado Cabello, presidente de la
Asamblea Nacional, fue “una falta de respeto a nuestros símbolos patrios”.
En Argentina el último mes ha sido duro
para la colonia de este país. A finales de octubre las autoridades capturaron
un grupo de siete colombianos cuando se aprestaban a atracar en plena vía un
carro en Buenos Aires. A raíz del incidente, el secretario de Seguridad
nacional Sergio Berni dijo que en la capital “hay 1.200 colombianos delinquiendo”,
se quejó de la falta de controles fronterizos e impulsó una ley para expulsar a
los migrantes.
No era la primera vez que, con mucho bombo
mediático, atacaba a “los extranjeros colombianos”. Ese tono provocó una carta
del embajador Carlos Rodado para explicar que “no podemos permitir que
reiteradamente se enlode de manera injustificada el buen nombre de los más de
50.000 ciudadanos colombianos de bien que están estudiando, trabajando y
aportando a la sociedad que con generosidad los acoge”. Entre tanto el senador
Miguel Pichetto dijo que “Santa Fe (ciudad argentina) es la nueva Medellín”.
En Panamá hay personas como Margarita, que
evita hablar en público para no revelar su nacionalidad con su acento. Dice
sentir miedo desde que estalló la crisis diplomática por el intento de declarar
paraíso fiscal al istmo. Esto coincidió con un atraco cometido por un
colombiano frente a la casa de la expresidenta Mireya Moscoso. Y el chavinismo
se endureció: un grupo de abogados presentó en la Asamblea Nacional una iniciativa
para exigir visa a los colombianos y a “los nacionales de países con guerrilla
o altos índices de delincuencia”.
Entre tanto en las redes hay grupos como el
de ‘Panamá para los panameños’, donde pululan comentarios como “empiecen a
aprenderse el himno nacional de Colombia porque ahora pronto harán la carretera
del Darién”, entre muchos otros de lenguaje más ofensivo. Incluso el
excanciller Jorge Eduardo Ritter expresó su preocupación por “el crecimiento
del anticolombianismo en Panamá”.
En Chile, miles de compatriotas de
Buenaventura que viven en ciudades del norte se enfrentan a los gritos de
“simios culiaos” y “colombianos conchaetumadre”, en Antofagasta se organizaron
marchas “anticolombianas” y el político Waldo Mora atribuyó a las prostitutas
colombianas el aumento de las enfermedades de transmisión sexual.
En Perú también hay nerviosismo por los
planes de deportación impulsados por el popular ministro del Interior Daniel
Urresti y por medios amarillistas con titulares que dicen: “Las modalidades
delictivas con raíces colombianas” o “Prostíbulo en Miraflores lleno de
colombianas fue intervenido”.
Ecuador también ha sido afectado por la ola
de anticolombianismo. Andrés contó que “acá no le alquilan a colombianos, no
quieren vivir en barrios de colombianos, no quieren transportar a colombianos,
no quieren venderle cosas a colombianos. Me ofrecían trabajos en ventas, pues
dicen que somos buenos embaucadores”.
SEMANA conoció una
investigación del ecuatoriano Byron Villacis sobre la discriminación que
enfrentan los colombianos para alquilar apartamentos en ese país.
En ella, una ecuatoriana y una colombiana llamaron con el mismo discurso a los
mismos números de teléfonos y ofrecían exactamente las mismas condiciones
financieras de arriendo. Los resultados fueron muy dicientes: 35 por ciento de
los arrendadores cambiaron las condiciones del acuerdo contra la colombiana, ya
sea pidiendo más dinero o más documentos. Y en 13 por ciento de las llamadas se
registraron palabras groseras y explícitamente discriminatorias contra esta
mujer.
Claro, la discriminación no es mayoritaria,
pero “cuando existe es muy severa y tiene connotaciones claramente
excluyentes”.
¿Por qué está pasando?
Las raíces del problema son múltiples. Hay
la realidad innegable de que muchos compatriotas son unas joyitas que
aprovechan las facilidades de viajar sin visa para delinquir. En países como
Perú, Chile o Brasil hay colombianos que importaron el préstamo “gota a gota”,
mientras que en Argentina los fleteros criollos fueron rebautizados motochoros,
pero se dedican básicamente a lo mismo. Esas actividades solo refuerzan la
imagen de personas al margen de la ley.
Pero eso es relativo. Los porcentajes de
delincuencia de extranjeros en Argentina se mantienen estables en la última
década, y en Chile el gobernador provincial de Iquique Gonzalo Prieto dijo que
la sensación de miedo no tiene una base fundada. “Tenemos un grave problema de
pigmentocracia. Aquí hay más ciudadanos bolivianos y peruanos, pero las
estigmatizaciones tienden a caer sobre los colombianos. Y ni siquiera el 1 por
ciento de los que han llegado ha cometido algún delito. Hay una xenofobia
terrible”.
Para muchos colombianos el cliché del
‘narco’ y la prepago empeoró con el boom de las narconovelas. Angie contó que
“en Venezuela los que me escuchaban hablar inmediatamente me decían: ‘eres una
muñeca de la mafia’”. Y es que estas producciones se convirtieron en armas de
doble filo.
Los canales nacionales tienen un producto de exportación con historias que embrujaron a millones de televidentes. Las muñecas de la mafia, El cartel de los sapos, Sin tetas no hay paraíso o El patrón del mal son hits en Centroamérica, el Caribe, Estados Unidos, Europa e incluso Asia. Pero al mismo tiempo estas producciones reforzaron los clichés sobre Colombia, e incluso hay quienes piensan que todo el país habla con acento paisa. Al respecto, para la canciller María Ángela Holguín, “la televisión es un negocio pero la gente afuera no entiende esas novelas como se entienden en Colombia, y eso hace un daño inmensamente grande. Es increíble que los propios colombianos hagamos cosas que nos generan una mala imagen”.
Los canales nacionales tienen un producto de exportación con historias que embrujaron a millones de televidentes. Las muñecas de la mafia, El cartel de los sapos, Sin tetas no hay paraíso o El patrón del mal son hits en Centroamérica, el Caribe, Estados Unidos, Europa e incluso Asia. Pero al mismo tiempo estas producciones reforzaron los clichés sobre Colombia, e incluso hay quienes piensan que todo el país habla con acento paisa. Al respecto, para la canciller María Ángela Holguín, “la televisión es un negocio pero la gente afuera no entiende esas novelas como se entienden en Colombia, y eso hace un daño inmensamente grande. Es increíble que los propios colombianos hagamos cosas que nos generan una mala imagen”.
A eso se une que en cada país siempre ha
sido políticamente rentable culpar al “otro”, al “pobre”, al “extranjero”. Lo
fácil es buscar chivos expiatorios, presentarse con el discurso de “no soy
xenofóbico, pero es que hay colombianos…” y exclamar que “soy el único que se
atreve a decir lo que todos piensan”.
Mientras tanto muchos medios enfocan su
noticia por el ángulo del colombiano, para que suene más escandaloso y
vendedor.
Ahora es urgente que Colombia tome cartas
en el asunto. Las embajadas tienen que reaccionar con más fuerza, rechazar los
improperios de políticos y medios y atender con más diligencia las numerosas
quejas de los colombianos en el extranjero. Habría además que adelantar
campañas en los países receptores, como ha dicho la canciller.
Hace pocos días además se conoció un
proyecto para eliminar del Congreso Nacional una curul destinada a los
colombianos en el extranjero. Aunque los representantes de los inmigrantes
suenan poco, es esencial que estos millones de colombianos sigan teniendo una
voz en su propio país.
Lo paradójico es que esta semana, después
de varios años de un lobby intenso, el Parlamento Europeo votó masivamente a
favor de eximir a los colombianos de la exigencia de obtener la visa Schengen
para entrar al Viejo Continente. Se trata de un sueño que podría convertirse en
pesadilla, si el Estado y los 47 millones de colombianos de bien no asumen la
tarea de recobrar el prestigio robado por los malos de siempre.
“Váyase a su país”
“Soy diseñadora de modas en Chile, vivo
allá desde hace una década. El año pasado acababa de comprar mi carro y
transitaba por una calle de Santiago. Le había colgado un banderín de Colombia
a la ventana. Un chileno en bicicleta me alcanzó en el semáforo y al ver la
bandera me empezó a gritar prostituta y todos los insultos habidos y por haber.
Lo ignoré y seguí pero me alcanzó y me volvió a gritar: ‘prostituta colombiana
váyase para su país, vienen a quitarnos el trabajo, ese auto que usted tiene
debería ser mío’. Le contesté que ‘si tanto le gusta el auto, que trabaje
flojo’. En ese momento sacó una navaja y trató de tirármela al pecho, logré subir
el vidrio a tiempo y se puso a rayarme el carro. Ahí lo tiré al piso abriendo
la puerta, lo cogí por el cuello y lo levanté gritándole que me clavara el
cuchillo. Se trató de escapar y llegaron cinco carabineros. En vez de
detenerlo, se ensañaron conmigo, me pidieron mis papeles y los del carro
mientras el tipo se iba y me dijeron que era normal que la gente atacara a los
colombianos. Puse un denuncio contra los policías y me empezaron a acosar,
visitaban la casa en la madrugada, me paraban en la calle. Le pedí ayuda al
consulado, pero no la recibí. Ser colombiano en el extranjero es garantía de
discriminación y mal trato”.
“Nos salvamos por
colombianos”
“No todo siempre es malo, el estigma de ser
colombiano me salvó la vida. Vivo en Brasil y una noche un hombre en bicicleta,
con revólver en mano, me acorraló. Me apuntó con el arma y me pidió todas mis
pertenencias, pero cuando le dije que solo tenía mi carné de estudiante,
percibió que mi acento era diferente. Me preguntó de dónde era y cuando le dije
‘Colombia’, el tipo guardó el arma, se echó para atrás y me pidió disculpas”.
“Viviendo en España pensé que me iba a
librar de los ladrones. En Colombia me atracaron seis veces, con todas las
armas posibles. Por eso, cuando dos chicos españoles me gritaron y me pidieron
mis cosas, demoré unos segundos en asimilar que me estaban atracando. Me reí y
les pregunté si me hablaban en serio. Notaron mi acento y me preguntaron si era
colombiana. Les dije que sí, luego preguntaron: ‘¿de Bogotá?’, repetí el sí.
Los jóvenes se miraron y uno de ellos dijo: ‘esta se sabe defender, no la
podemos robar’. Me pidieron disculpas y se fueron”.
“Soy pastusa y vivo hace un año en Lima.
Llegué a abrir una sucursal de mi empresa Círculo de Viajes Universal, me
pareció un reto profesional enorme. Soy directora comercial y acompaño a las
asesoras. Jamás pensé que ser colombiana fuera un estigma, muchos peruanos
creen que todas somos bonitas pero operadas, nuestra amabilidad la confunden
con coquetería y que somos fáciles. Muchos clientes quieren obtener algo más de
mí o los negocios los condicionan a citas adicionales, mientras que las mujeres
piensan que trabajamos en negocios de ‘placer’. Una vez fui con una de las
asesoras a un colegio, cuando la rectora notó mi acento dijo: ‘ella no puede
entrar’ y cerró la puerta. Después de que la asesora intercediera dijo que
‘solo a la salita, ustedes son responsables si se pierde algo’.
Obviamente no se cerró el negocio. En otra
oportunidad tomé un taxi, que acá no tienen taxímetro. Subí al taxi, pero
cuando se dio cuenta que no era peruana me miró y dijo: ‘¿Eres colombiana no?
¿De las buenas o las malas? Me pagas dos soles más o te bajas’. Todo el camino
se quejó de nosotros, hasta que me bajé porque no me lo aguantaba”.
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