¿Quién se creyó el anuncio del procurador Alejandro Ordóñez en Medellín esta semana?
¡Nadie!
Yo pienso que ese solo gesto (mentiroso) nos indica que el ciudadano que está cuidando la moral en este país, no es confiable.
Si él nos sorprende con la renuncia, ¡carajo!, lo aplaudiremos muchos colombianos un día completo.
Antonio Caballero, no cree mucho en eso…
RADAR,luisemilioradaconrado
25 mayo 2013
Algo como un abrazo
Por Antonio Caballero
OPINIÓN ¿No debería el procurador después de tanto banquete inhabilitarse a sí mismo por participación indebida en política?
Veo en el diario El ‘Colombiano’ una foto
del homenaje que le hicieron en Medellín al procurador Alejandro Ordóñez. Con
este ya van dos que el alto funcionario tiene la impudicia, y tal vez de paso
el prevaricato, de aceptar. Está él radiante, con los brazos cruzados de
arrogancia sobre el rotundo pecho y reventadas las mejillas en una risotada de
colmillos como los del tigre de dientes de sable del Pleistoceno, y flanqueado
por los oferentes del ágape, tan antediluvianos y pleistocénicos como él.
El exgobernador y exalcalde y exdirector
del periódico Juan Gómez Martínez tiene una cara perdida de estar perdido en
sus cosas, y Gabriel Harry de la Cámara de Comercio una cara distraída de estar
pensando en las suyas. El procurador ríe. ¿Quién lo ronda? ¿Quién va a ponerle
el cascabel a ese gato de colmillos de tigre?
En su discurso, que no sé si llamar de
posesión o de consagración, además de encomendarse demagógicamente a la madre
Laura, la nueva santa antioqueña, y al margen de sus habituales denuncias
doctrinales del aborto asesino y del contra natura matrimonio homosexual,
arremetió una vez más contra las conversaciones de La Habana entre el gobierno
y las guerrillas.
Fue muy aplaudido. Había, dice El Barquero
en El Nuevo Siglo, “unos mil ciudadanos de diferentes tendencias políticas y de
los sectores público y privado”. Y tal vez emborrachado por los aplausos el
homenajeado Ordóñez llegó a anunciar que estaba dispuesto a inmolarse en el
altar de la juridicidad:
–Prefiero renunciar (a la Procuraduría)
antes que transigir (en la defensa del ordenamiento jurídico).
Porque, como él mismo ha dicho
repetidamente en banquetes políticos, en foros académicos, en misas cantadas en
latín, “lo que se pacte en La Habana no tiene ningún valor jurídico: tiene
valor político”.
Pero de eso se trata. Y el procurador
Ordóñez debería saber (y sabe, aunque finja que no sabe) que las cosas son así:
él, que desde que empezó a intrigar politiqueramente para que lo eligieran para
su alto cargo no ha hecho otra cosa que política. Esa misma declaración suya
que acabo de citar es política, y no jurídica. Y, de paso, y para no incurrir
en un nuevo prevaricato ¿no debería el procurador después de tanto banquete
inhabilitarse a sí mismo por participación indebida en política?
Pero es que de eso se trata: de política. Y
después ya se verá cómo se juridiza –si esa es la palabra– lo que se pacte en
La Habana.
Pues el problema de la guerra en Colombia
es político, no jurídico. Aunque, claro, el derecho tiene que ocuparse también
de ella, como de todos los aspectos de la realidad. Pero eso viene después.
Para poner un ejemplo, el histórico “abrazo de Santa Ana” entre Simón Bolívar y
Pablo Morillo que en 1820 puso fin a la Guerra a Muerte no fue un acto
jurídico, sino político. Y muy probablemente antijurídico, como lo era la
Guerra a Muerte misma, así estuviera esta amparada por un decreto dictado en
toda regla siete años antes por Bolívar con la anuencia del Congreso de la
Nueva Granada.
Estoy diciendo una obviedad, que el
politiquero procurador Alejandro Ordóñez entiende perfectamente, aunque la
niegue. ¿Quién va a ponerle el cascabel a ese gato, antes de que se coma los
ratones y el queso? Porque no es cierto que vaya a renunciar, como anunció en
Medellín en tono de amenaza. Ahí está, y ahí se queda. Propongo que
alguien que sepa –un procurador–fabrique el necesario proceso para destituir, y
si es el caso ahorcar, al jurista Alejandro Ordóñez por intromisión abusiva en
política.
Y otra obviedad agrego. No estoy comparando
con Simón Bolívar a los guerrilleros de las Farc, ni a Pablo Morillo con Juan
Manuel Santos, salvo en el hecho evidente de que los unos son alzados en armas
y el otro representa al gobierno legítimo. Estoy diciendo simplemente que una
guerra no se acaba con un acto jurídico, sino con un acuerdo práctico entre los
participantes.
Aunque eso le parezca inmoral al gazmoño
procurador Ordóñez, quien sin duda hubiera rechazado el abrazo de Santa Ana
entre el Pacificador Morillo y el Libertador Bolívar por tratarse de una
expresión nefanda de excrementicio amor homosexual. Y lo hubiera hecho abortar.
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