El escritor Oscar Collazos, quien reside en Cartagena, ha concedido una entrevista al diario El Tiempo y en el curso de la misma aprovecha para recoger algunas de sus posiciones juveniles, cuando era Director de Casa de las Américas en La Habana y nos permite darle una mirada a lo que fueron los debates literarios y políticos de mediados del siglo pasado.
Collazos recuerda su amistad con Julio Cortázar
Collazos con su novela 'Rencor', que aparece de nuevo en Arango Editores.
Foto: Yomaira Grandett / EL TIEMPOA fines de los 60, el colombiano Óscar Collazos publicó un artículo sobre el escritor y la realidad.
Estamos en el 50 aniversario de ‘Rayuela’,
de Julio Cortázar, con quien usted tuvo una controversia pública sobre el
compromiso del escritor. ¿Cómo se inició esa polémica y cómo fue posible que un
narrador de 26 años se enfrentara a ese peso pesado ?
La “polémica” no empezó como polémica, sino
como un artículo mío publicado en agosto de 1969 en la revista Marcha, de Montevideo,
porpedido
de Ángel Rama. Y no se refería solo a Cortázar.
Hablaba del boom de la novela latinoamericana, de lo que yo llamaba “la encrucijada del lenguaje”. Se refería también al compromiso político del escritor y, por extensión, a las posiciones de los escritores ante la revolución cubana. La verdad es que si no hubiera sido director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, mi texto no hubiera tenido tanta repercusión y menos aún las respuestas de Cortázar y Vargas Llosa en la misma revista. Hubo un equívoco: suponer que como “funcionario” de Casa hablaba desde una posición oficial cubana, lo que no era cierto. Eso volvió más escandaloso el intercambio y más airada la respuesta de Vargas Llosa, que había roto ya con Cuba y que me convirtió en una especie de monstruo estalinista.
Cortázar, no, pero mis planteamientos eran en muchos sentidos tan apasionados como ingenuos, sobre todo al pedir coherencia entre el pensamiento político y los temas de la literatura, que yo encerraba en una concepción muy estrecha de la “realidad”. Yo estaba bastante influenciado por la sociología de la literatura, por Lukacs y Goldman.
Hablaba del boom de la novela latinoamericana, de lo que yo llamaba “la encrucijada del lenguaje”. Se refería también al compromiso político del escritor y, por extensión, a las posiciones de los escritores ante la revolución cubana. La verdad es que si no hubiera sido director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, mi texto no hubiera tenido tanta repercusión y menos aún las respuestas de Cortázar y Vargas Llosa en la misma revista. Hubo un equívoco: suponer que como “funcionario” de Casa hablaba desde una posición oficial cubana, lo que no era cierto. Eso volvió más escandaloso el intercambio y más airada la respuesta de Vargas Llosa, que había roto ya con Cuba y que me convirtió en una especie de monstruo estalinista.
Cortázar, no, pero mis planteamientos eran en muchos sentidos tan apasionados como ingenuos, sobre todo al pedir coherencia entre el pensamiento político y los temas de la literatura, que yo encerraba en una concepción muy estrecha de la “realidad”. Yo estaba bastante influenciado por la sociología de la literatura, por Lukacs y Goldman.
No fui amigo de Cortázar sino a partir de
agosto de 1969, a raíz de nuestra “polémica” Nuestro primer encuentro largo
tuvo lugar a fines de 1972 en la abadía de Royaumont, donde fuimos invitados a
un congreso de sociología de la literatura latinoamericana que organizó la
Ecole Pratique des Hautes Études de París. Yo ya vivía en Barcelona y esto
facilitó los encuentros, no muchos, pero entrañables. El último, cuatro o cinco
meses antes de su muerte, fue en Barcelona, a fines de 1983, en casa del editor
Mario Muchnik. Siempre he creído que ya Julio sabía que el desenlace estaba
próximo, pero entonces no se habló de su enfermedad.
Y, ¿cómo se terminó cancelando esa
polémica?
Nunca hubo ruptura, digamos, en mi amistad
con Cortázar. Por el contrario, la “polémica” nos hizo amigos. Julio no dejó de
considerar (lo hace en Papeles inesperados, uno de sus libros póstumos) que esa
no había sido una polémica sino un rico intercambio de pareceres entre un joven
de 26 años y un escritor a quien este joven admiraba enormemente. Desde 1970
hasta unos meses antes de su muerte, me encontré con Cortázar en París y
Barcelona. La “polémica” seguía su curso, muy leída y debatida en América
Latina a raíz de la publicación en un librito de editorial Siglo XXI, y fue
reproducida en periódicos y revistas, incluso en Lecturas Dominicales de EL
TIEMPO, que dirigían los sardinos Enrique Santos Calderón y Daniel Samper. Pero
yo cada vez estaba más lejos de algunas de mis posiciones de entonces. Había
perdido la virginidad política y aprendido a leer de manera más creativa la
literatura.
Cortázar, como Nabokov, siempre puso la
palabra realidad entre comillas. La realidad era, para él, un instrumento en
manos de la imaginación y eso lo separa, por ejemplo, de escritores como Onetti
y Vargas Llosa, pero lo acerca a Felisberto Hernández, Bioy Casares y Borges.
Es curioso, pero, en mi caso, mi idea de la realidad está más cerca de lo que
entiende por ella Vargas Llosa. No hay una realidad sino muchas, y allí estaba
mi error juvenil. La realidad es una experiencia y un estímulo, es el caos que
busca ser disciplinado. Tengo unas relaciones muy estrechas con la realidad de
Colombia, por ejemplo, pero no me interesa reproducirla, lo que es imposible,
sino buscar en ella una expresión más esencial de la sociedad y de mi época,
atravesadas por la imaginación y una irrenunciable perspectiva ética. Y en
cuanto al compromiso del escritor, lo veo más en términos éticos de elección
personal que como imperativo ideológico.
¿Qué piensa de toda esa experimentación que
se venía haciendo en la literatura francesa y argentina, que Cortázar, con
‘Rayuela’, nos hizo conscientes de esa posibilidad?
El lado experimental de su literatura tiene
mucho que ver con el homo ludus (el hombre que juega) que había detrás de él,
de su formación en las vanguardias europeas. No inventó, sino que continuó
desde el medio siglo XX la última explosión de las vanguardias. Rayuela es la
culminación de un proyecto: jugar con las piezas de un rompecabezas por el lugar
que a uno le dé la gana. Por eso atraía tanto a los jóvenes: el juego, la
apariencia de originalidad, el rechazo a la sagrada costumbre, incluso la de
escribir correctamente. Sus cuentos son sin embargo clásicos, a la manera de
Poe y Lovecraft.
¿El nivel del debate sobre la literatura en
América Latina ha disminuido?
Se debate menos, no porque lo político y lo
literario hayan dejado de relacionarse sino porque se relacionan de otra
manera, sin las imposiciones de la militancia ideológica. Entre 1960 y 1970,
los debates literarios pasaban por los grandes debates sociopolíticos. Entonces
se debatía la identidad, hoy esa identidad es múltiple e irreductible, elástica
y mucho más rica.
¿La reedición de dos novelas suyas –que tienen ese ingrediente social que era un poco el eje de su crítica a Cortázar en aquel momento– qué le significa? ¿Por qué cree que están cobrando un nuevo impulso estos textos?
La modelo asesinada y Rencor (las dos
novelas ahora reeditadas por Océano y Arango Editores) no tienen ya esos
ingredientes que pedía en mi polémica.
La primera es un thriller, una novela
policíaca, impensable en los años 70. La escribí en 1999, casi que como un
homenaje a La ventana indiscreta de Hitchcock). Rencor es una novela realista
que simula ser una crónica directa de la realidad, y es un simulacro de
entrevista a una bella mulata adolescente, victima de toda clase de violencias
e injusticias. La escribí en 2006. Ambas están lejos de ese debate porque
ese debate (la mayor o menor fidelidad a lo real) está ya fuera de la
literatura. Ambas se reeditan en Colombia y México después de sucesivas
ediciones, pero también después de haber desaparecido unos años de librerías.
Si tienen una significación política es en segundo grado, aunque ambas la
tienen: la política, la criminalidad y las industrias de la belleza juntas; las
violencias más terribles en la biografía de una pobre muchacha excluida.
Usted ha sido crítico de la dinámica del
mercado editorial, porque cada libro no alcanza a recibir el impulso necesario...
La vida de los libros es cada vez más corta
en las librerías. Si no tienen unos ritmos de venta crecientes, se mueren en la
exhibición de novedades y son empujados por otras novedades. Les pasa lo mismo
en los espacios periodísticos: desaparecen. La modelo asesinada es una mirada
irónica al mundo de la alta prostitución atravesada por el narcotráfico y la
política, una historia imaginaria que devuelve al contexto del proceso 8.000 y
al tejido banal o sangriento de las industrias de la belleza. Rencor ha sido
leída como documento y como ficción. Ambas han sido tema de estudios
académicos, pero son, ante todo, novelas. Ahora tienen su segunda oportunidad.
¿De quién es la responsabilidad de que se
lea tan poco en Colombia, según los datos que se conocen?
No es cierto que vivamos una época en la
que se lee poco. Se lee mucho. No me asusta la desaparición del libro impreso y
tampoco creo que vaya a desaparecer la literatura: el ser humano necesitará
siempre historias reales e imaginarias y discusión de ideas, lo imaginado como
sustituto de lo vivido. Pero en Colombia leemos menos libros que los
argentinos, los mexicanos y los chilenos, por ejemplo. Se lee poco porque no se
ha enseñado a leer placenteramente; los métodos son aburridos.
¿Por qué poner a un joven de 12 años a leer Cien años de soledad?
En una sociedad donde los padres y los maestros no leen o leen muy poco, es posible que los hijos y sus alumnos lean mucho menos. Es decir, nada. El libro, en cualquier soporte (impreso o electrónico), no se considera necesario en nuestra cultura cotidiana, es un lujo. Se dice que caro, pero hay formidables colecciones de libros de bolsillo con grandes autores y obras clásicas y contemporáneas a precios asequibles, menos que, por ejemplo, el precio de una caneca de aguardiente y la entrada a un concierto de silvestres quejidos vallenatos.
¿Por qué poner a un joven de 12 años a leer Cien años de soledad?
En una sociedad donde los padres y los maestros no leen o leen muy poco, es posible que los hijos y sus alumnos lean mucho menos. Es decir, nada. El libro, en cualquier soporte (impreso o electrónico), no se considera necesario en nuestra cultura cotidiana, es un lujo. Se dice que caro, pero hay formidables colecciones de libros de bolsillo con grandes autores y obras clásicas y contemporáneas a precios asequibles, menos que, por ejemplo, el precio de una caneca de aguardiente y la entrada a un concierto de silvestres quejidos vallenatos.
¿El libro que está escribiendo ahora mismo le satisface más que el anterior?
El libro que acabo de terminar y entregar
al editor, Tierra quemada, es una novela alegórica de 400 páginas que se
publicará dentro de dos o tres meses; es la suma que temas obsesivos en mis
últimos libros, desde Rencor hasta Señor Sombra. Gira alrededor de una guerra
que no termina, transcurre en una tierra devastada y en un mundo de destrucción
casi apocalíptico: 500 desplazados conducidos a ninguna parte, testigos
agónicos y paulatinamente sacrificados de una nueva guerra que empieza con los
restos de aquella que no terminó del todo. Siento que es lo mejor y más
doloroso que he escrito.
¿Qué le falta por escribir?
Mucho. Mi autobiografía: medio siglo de
experiencias a veces tumultuosas. Medio siglo con personas y eventos que
marcaron el mundo.
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