Si
visualisáramos el futuro, no presenciaríamos actos ilegales en Colombia.
Pienso
que no tendríamos que ser magos, ni adivinos para evitar estas situaciones tan
tristes.
En
mi vida periodística he hecho muchos comentarios sobre el tema. Algunos,
siento, que han servido de algo. Otros, me han servido para ganarme
malquerencias.
Esto
que le está ocurriendo a Andrés Felipe, me llega al alma, aunque nunca he
cruzado con él una sola palabra.
Eso
me ocurría con un gran profesional al que siempre admiré: “Eviten que él se
meta en malos pasos”, le decía a sus amigos más cercanos. Y ellos me respondían:
“Ya le hemos dicho y dice que todo está bien”.
“Estoy
observando que estás leyendo a Maquiavelo”. Y él sonreía.
Y
tuve razón: Ahora está fuera del país, porque si lo “pilla” la justicia
colombiana debería pagar varios años de cárcel. Pero él afirma todavía que no
realizó ningún acto ilegal.
Si
actuáramos como las leyes nos indican, seguro que evitaríamos muchas lágrimas,
como las que están derramando Andrés Felipe y Catalina.
Su
historia también nos hace llorar a nosotros, que estamos lejos de esa realidad.
No se justifica que un joven bien preparado con una linda esposa y dos hermosos
niños estén pasando por esta situación.
¿Aprenderemos?
¡Yo
pienso que si!
Las
sociedades como la colombiana, se van construyendo y madurando con los años… En
mi próxima visita a este mundo, espero tener mejores noticias.
RADAR,luisemilioradaconrado
La dura realidad del exministro de agricultura y Catalina, su esposa, es hoy una pesadilla.
Cuando escuchó las palabras del magistrado
Ramiro Riaño, Catalina no pudo evitar las lágrimas. Acercándose a la baranda de
la sala de audiencias, detrás de la cual estaba sentado Andrés Felipe Arias, su
marido, abrazó su cabeza y lo besó en la frente. También a él se le
humedecieron los ojos sin poder ocultar su tristeza.
A mí, como a muchos, me dolieron estas imágenes registradas por
los fotógrafos de la prensa. Pero la verdad es que no me sorprendieron. La
víspera, una tarde soleada como pocas en esta época de lluvias, había estado
largo tiempo en un salón de la Escuela de Caballería con Andrés Felipe, su
esposa, sus padres y sus dos pequeños hijos, Eloísa y Juan Pedro. Todos
compartían la misma esperanza. Todos, sin excepción, esperaban confiadamente
que en la audiencia prevista para el día siguiente, Arias
pudiera volver a su casa tras 650 días de reclusión a fin de preparar su
defensa.
“Hasta ahora –me dijo– he estado detenido por el supuesto
peligro de influir sobre los testigos presentados por la Fiscalía. Nunca
entendí cómo podría influir sobre ellos, pero ahora, descartado ese supuesto
riesgo, todo juega a favor de mi libertad. Tengo 350 pruebas documentales y 52
testigos que pueden corroborarlas”.
Alta, bonita, delgada, con una chisporroteante vivacidad,
Catalina Serrano, su esposa, intervino: “Por fin vas a tener la oportunidad de
defenderte en libertad, ya va a terminar esta pesadilla”, le dijo. Y luego,
volviéndose hacia mí: “Cada oportunidad que ha tenido Andrés Felipe para pedir
su libertad es para nosotros una ilusión gigante, pero cuando las cosas no se
dan, eso mata”.
Contemplando a la joven pareja, uno no deja de considerar con
cierto estupor los inesperados caprichos de su destino común.
Seis años y medio atrás, cuando se casaron, todo les sonreía.
Comprometido con la causa de Álvaro Uribe, Arias había sido designado por él
ministro de Agricultura. Era visto por la opinión como un precoz heredero suyo.
‘Uribito’, lo llamaban. Tenían muchos rasgos comunes. De su lado, Catalina apareció en
su vida con los destellos propios de una joven ejecutiva que se había hecho
notoria en el sistema financiero. Sin embargo, su real secreto no era, como
podría suponerse, el de acceder a la empinada cumbre de los negocios, sino algo
más simple, más natural: ser esposa y mamá. Así se lo hizo saber a aquel joven y lúcido ministro cuando se
conocieron.
El suyo fue un amor a primera vista. Nunca imaginó Catalina que
la invitación que le hizo una noche para cenar en un restaurante de la
Candelaria tuviera como epílogo una propuesta matrimonial, acompañada de una
serenata. Solo nueve meses después de haberse conocido, se casaron en una
iglesia del municipio de Sopó.
Transcurridos dos años, Catalina decidió abandonar sus
actividades profesionales para ocuparse enteramente de Eloísa, su hija
recién nacida. Desde el ámbito confortable de su hogar, en medio de pañales y
biberones, seguía la febril actividad de su esposo, primero como ministro y
luego como precandidato presidencial del Partido Conservador.
Nunca llegó a imaginar lo que vendría después. Me refiero al mal
llamado escándalo de Agro Ingreso Seguro. Difundido por los medios de
comunicación y aupado por los adversarios del presidente Uribe, tuvo para el
matrimonio sombrías e inesperadas consecuencias. La más dura, desde luego, fue
la reclusión de Andrés Felipe Arias en la Escuela de Caballería.
Un feroz repudio
“Cuando Andrés fue detenido –cuenta hoy Catalina–, Juan Pedro,
nuestro segundo hijo, tenía apenas veinte días de nacido. Yo no trabajaba, y de
pronto tuve que enfrentarme a la dura realidad de que quien generaba los
ingresos en la familia era mi esposo. Yo no podía salir inmediatamente a buscar
trabajo, pues estaba criando al niño. Así que lo primero que hice fue intentar
arrendar nuestro apartamento para pagar la cuota del crédito y yo poder mudarme
con los niños a uno más pequeño. Esperaba prontamente volver a trabajar para
poder sobrevivir. Pero, horror, no era posible alquilar nuestro apartamento.
Las agencias me lo rechazaban. Incluso, algunas embajadas, al saber quiénes
éramos los propietarios, nos lo devolvían.
“Después de todo, nada de eso me extrañaba. Antes de que Andrés
fuera detenido, éramos víctimas de un feroz repudio. Salíamos a la calle con la
niña y nos insultaban. Íbamos a un restaurante y gente que ya había ocupado su
mesa se levantaba para irse, diciendo: “No queremos estar sentados al lado de
un ladrón”. En un centro comercial oíamos decir a nuestro paso: “Se deben estar
gastando la plata de Agro Ingreso Seguro”. Absurdas locuras, cuando en realidad
estábamos enfrentando apuros económicos para pagar la cuota del apartamento”.
Y aquí es cuando se encuentran con una terrible realidad de
nuestra justicia: los fiscales acusan ciegamente sin examinar a fondo pruebas y
testimonios. De su lado, a los reporteros suele interesarles ante todo el
escándalo de una impugnación sin detenerse siquiera a examinar su validez. Por
su parte, enemigos políticos de un acusado sacan provecho de esta situación. Y
la opinión pública, influida por ellos, hace precipitados juicios de valores.
Si uno mira con cuidado la verdad y solo la verdad de este
proceso, se da cuenta de sus falsedades. A Arias se le acusa de haber celebrado
un convenio directamente con el IICA (Instituto Interamericano de Cooperación
Agrícola), sin haber convocado a una licitación pública. Pues bien, esta
aseveración es a todas luces arbitraria. Todos los ministros de Agricultura,
desde hace más de cuarenta años, han celebrado convenios con esta misma
entidad, teniendo en cuenta que precisamente era la más segura y respetable. No
en vano el IICA depende directamente de la OEA. Sustituirlo por un particular que decidiera a quien otorgarle
recursos se habría prestado, muy seguramente, a escándalos de corrupción.
Hubo ciertamente una irregularidad que en principio benefició a
la familia Dávila y otros, cuando fueron subdivididos terrenos fraudulentamente
para obtener recursos del programa agrícola. ¿Se hizo ello con la complicidad o
en beneficio económico o político de Arias, como lo ha sostenido la Fiscalía?
No hay prueba alguna de ello. “Todos –dice él– han dicho que no me conocían,
que no me dieron un peso, ni siquiera para mi campaña. Los Dávila y otros
beneficiarios del programa se entendieron únicamente con el IICA, pero una vez
conocidas las irregularidades de las que fueron autores, devolvieron los fondos
recibidos”.
Otro infundio que se ha propagado por cuenta de enemigos y
adversarios, y acreditado por la propia Fiscalía, es el que sostiene que el
programa de Agro Ingreso Seguro estaba dirigido para favorecer a unos cuantos
ricos, sustrayéndoles esos recursos a los agricultores pobres. Arias está
dispuesto a demostrar que no es así. En solo dos años, de 2007 a 2009, el
programa favoreció a 386.000 familias. “Se trataba –recuerda él– de una
política pública encaminada a aumentar la productividad del campo, y a
disminuir el desempleo rural. No era un programa social como Familias en Acción
y otros del mismo género encaminados, estos sí, a servir de ayuda a los
sectores más pobres del país. No excluía, desde luego, a los empresarios. El
empresario –no lo olvidemos– genera empleo, genera alimentos, genera inversión,
genera divisas, genera estabilidad en zonas rurales alejadas”.
Ingredientes políticos
No hay duda de que todo ello es cierto. El cuento de que
favorecer a los empresarios va en detrimento de los pobres es propio de una
izquierda elemental, parienta del chavismo, que solo admite el reparto de
tierras a los campesinos y no el desarrollo de modernas empresas agrícolas.
En este proceso contra Andrés Felipe Arias hay definitivamente
ingredientes políticos e ideológicos que fabrican pruebas. ¿Cuál es, en efecto,
la que hoy queda en pie contra él? La Contraloría decidió embargar sus
recursos. ¿Cuáles eran ellos? ¿Sumas millonarias que puedan alimentar las
sospechas contra él? No, lo único que tenía: el sueldo que ganaba como profesor
en la Universidad Católica. De su lado, la Procuraduría lo inhabilitó por 16
años, pero ya el Consejo de Estado aceptó su demanda para tumbar dicho proceso.
La casa y sus hijos son sostenidos por su mujer. “Vivo en un
estrés permanente –dice Catalina–. Es una angustia, es no poder dormir en las
noches, es mantener aquí en el estómago una ansiedad que no te deja vivir en
paz. Es incluso haber llegado a pensar que lo mejor que pudiera sucedernos
sería morirnos los cuatro al tiempo”.
Todo esto se los oí decir la víspera de la audiencia. Estaban
seguros de que él quedaría libre. En efecto, ¿qué razones había para seguirlo
considerando un hombre peligroso y que como tal debía permanecer recluido?
De ahí que no me extrañara al día siguiente, después de la
audiencia, ver a Catalina arrodillada contra la baranda y abrazada a Andrés
Felipe, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.
PLINIO APULEYO MENDOZA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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