Las FARC y sus desastres.
El 2 de mayo de 2002 un cilindro bomba
lanzado por la extinta guerrilla de las FARC impactó sobre la iglesia del
municipio de Bojayá, al este del país. Un centenar de personas que se
refugiaban en su interior fueron asesinadas. Dos décadas después, los
sobrevivientes y familiares de las víctimas conmemoran uno de los episodios más
dolorosos del conflicto armado colombiano.
Ricardo Plata Cepeda, escribe sobre el tema…
®rada®luisemilioradaconrado
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LAS FARC Y SU MASACRE
Por Ricardo Plata Cepeda
En
esas noticias reseñadas unas veces lo relevante es lo que se dice o cómo se
dice, mientras en otras es lo que se deja de decir; pero en ambos casos hay que
hacer una lectura crítica de los intentos de borrar de la memoria colectiva la
asignación de responsabilidad por semejante atrocidad.
Echar el cuento de Bojayá sin mencionar a las Farc es como echar el cuento de caperucita roja sin el lobo. Pero está de moda.
El 3 de mayo la presentadora de Noticias Caracol dijo que “se cumplen 20 años de la caída de un cilindro bomba en una iglesia de Bojayá”.
Ese mismo día, en nota de pie
de foto en primera página del El Tiempo, dice que allí “explotó un cilindro
bomba”.
Ahora resulta que el cilindro
bomba, que el 2 de mayo de 2002 fue lanzado por las Farc a la iglesia donde se
refugiaba la multitud huyendo de la refriega entre esa guerrilla y
paramilitares, decidió caer del cielo y explotarse como si tuviera vida propia,
exculpando a los autores de la masacre de 79 personas.
En inglés existe la palabra “accountability” que significa la “aceptación de responsabilidad por sus propias acciones”. En español, como se nota, se necesitan varias palabras para expresar el concepto, indicio de que no lo tenemos muy claro; nos facilita la vida decir “el plato se rompió” como por arte de prestidigitación.
El inglés en cambio nos empuja
a decir “yo rompí el plato” o “fulano lo hizo”.
En el Japón, la cultura samurái elevó la asunción de responsabilidad a su máximo nivel: El harakiri, o suicidio cortándose el vientre, hacía parte de su código ético, para asumir culpas o evitar el deshonor.
En 1985 el presidente de Japan
Airlines renunció a su cargo luego del accidente de un jumbo de la empresa en
el que murieron más de 500 personas.
En Colombia recordamos más bien
la frase del expresidente Samper “aquí estoy y aquí me quedo” en medio del
escándalo de la financiación de su campaña presidencial con dineros del
narcotráfico. Mal ejemplo, que ha servido, entre otros muchos, al actual
registrador para ignorar la gravedad de su ineptitud y falta de escrúpulos.
Hay más versiones del onomástico. El 2 de mayo recién pasado se reproduce en una de las páginas de este diario una noticia procedente de Bogotá, titulada “Se conmemoran 20 años de la masacre de Bojayá, Chocó”, que en la media docena de párrafos que contiene logra erradicar la palabra Farc de la historia y en cambio abundan críticas a la ausencia actual del estado y a la falta de “reparación colectiva”. Es decir, mientras se resalta que la responsabilidad de la reparación la debemos asumir todos, logra que los autores del daño hagan “mutis por el foro”, expresión teatral utilizada cuando los actores salen del escenario a hurtadillas.
En esas noticias reseñadas unas
veces lo relevante es lo que se dice o cómo se dice, mientras en otras es lo
que se deja de decir; pero en ambos casos hay que hacer una lectura crítica de
los intentos de borrar de la memoria colectiva la asignación de responsabilidad
por semejante atrocidad.
Da la impresión de que se hubiera orquestado un revisionismo histórico a contrapelo incluso de que los negociadores de paz de las Farc en la Habana hayan pedido perdón por ello a las víctimas.
¿Pasó desapercibido ese acontecimiento?
¿Qué dirá la comisión de la verdad?
rsilver2@aol.com
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