No le da un cheque en blanco y más bien le pide que realice una mejor tarea.
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RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Al respaldar a Santos este diario lo hace junto con una admonición
para hacer bien la tarea.
EDITORIAL
1:42 a.m. | 25 de mayo de 2014
Hoy,
por fin, concluye la espera para los ciudadanos interesados en la
primera vuelta de las elecciones presidenciales. Tras meses de
escaramuzas, pronunciamientos, estrategias publicitarias, discursos,
entrevistas y debates, 33 millones de colombianos podrán escoger entre
las cinco fórmulas que aparecen en el tarjetón y que son representativas
de variados espectros ideológicos.

La
razón, es lamentable constatarlo, tiene que ver más con los escándalos
de diverso orden que han aparecido, que con las propuestas hechas por
los aspirantes en contienda. El clima de guerra sucia, combinado con las
acusaciones que vienen y van, ha enturbiado las aguas de la que debería
haber sido, ante todo, una disputa de planteamientos sobre cuál debe
ser la marcha de un país que, pese a sus avances, tiene todavía una
larga lista de pendientes.
Curiosamente,
dicha circunstancia coincide con la presencia de un buen abanico de
nombres, integrado por personas de destacada trayectoria en los asuntos
públicos. En contraste con lo que es común en América Latina, quienes
desean ceñirse la banda tricolor en agosto se destacan por sus
capacidades intelectuales y su experiencia.
Debido
a ello, resulta a todas luces paradójico que el interés que se ha
despertado recientemente nazca de factores negativos, asociados a los
mantos de duda tendidos. Algunos podrían decir que las distancias
relativamente estrechas que existen entre las distintas plataformas son
las que explican por qué los ataques han sido más a la yugular que a las
ideas, pero lo cierto es que las antipatías personales se han
superpuesto a las diferencias conceptuales.
Las
principales críticas ante lo que ha pasado recaen en Óscar Iván Zuluaga
y Juan Manuel Santos, quienes cayeron en la trampa de la
descalificación y el infundio. El primero, que había sido conocido como
profesional ponderado y responsable, se ha prestado a tramitar las
enemistades y el resentimiento del expresidente Álvaro Uribe, que en
forma creciente pareciera más interesado en cobrar cuentas pasadas que
en ayudar a construir un país en el que quepamos todos. No menos
inquietante es la falta de claridad del aspirante del Centro Democrático
a la hora de explicar el episodio del pirata informático que tuvo a su
servicio y cuyas labores son objeto de investigación.

Por
su parte, Marta Lucía Ramírez, Enrique Peñalosa y Clara López integran
el grupo de candidatos que han llevado las cosas con más altura. Ellos
pudieron, con contadas excepciones, exponer sus diferencias de manera
civilizada, al hacer propuestas constructivas salidas de la ideología
que cada uno defiende.
Sin
embargo, y reconociendo sus valiosos aportes, es claro que ninguno
cuenta con la fortaleza política que se requiere para conducir los
destinos de la nación. Ramírez viene de un partido dividido como el
Conservador, cuyos dirigentes no son el emblema de la renovación o las
buenas costumbres. Peñalosa forma parte de una colectividad en la cual
se ha querido amalgamar el agua con el aceite, al tratar de juntar a
‘verdes’ con progresistas. López, a su vez, carga con el estigma de
haber tenido entre las filas del Polo Democrático a Samuel Moreno,
principal responsable de la postración de Bogotá.
Ante
tales realidades, EL TIEMPO ha tomado la decisión de respaldar el
nombre de Juan Manuel Santos en su aspiración de ser reelegido
Presidente de la República. Dicho apoyo, es bueno dejarlo en claro, no
constituye un cheque en blanco, en el sentido de limitar la
independencia crítica de este diario. Más bien debe entenderse como una
admonición para hacer bien la tarea, sobre todo en una administración
que necesita enmendar más de una plana si desea conservar un buen margen
de gobernabilidad en los próximos cuatro años.
Aparte
de sus logros en materia de crecimiento, empleo y disminución de la
pobreza, y de los planes para hacer de Colombia un país más próspero y
moderno, a Santos hay que reconocerle su valor al jugársela por la causa
de la paz. Es cierto que las conversaciones con las Farc en La Habana
no han caminado al ritmo que todos quisiéramos. Pero echar por la borda
lo avanzado sería un error histórico, que solo se traducirá en más
muertes e injusticias.

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