Mató un animal y demostró que se pueden cumplir las promesas… “Destruí la escopeta y juré no volver a cazar nunca más” mientras se llevaba las manos a la cabeza. El cazador arrepentido se llamaba Zoilo Guarín Plata, autodidacta, aventurero, comerciante y poeta, primo de mi padre, a quien contaba esa anécdota.
Narraba en su columna
Ricardo Plata Cepeda.
Vamos a leerla…
@radareconomico1
HORMONAS ASESINAS
Por Ricardo Plata Cepeda. Una reacción frecuente al recibir noticias en las redes sociales, en las que no existen filtros confiables de veracidad, es la tendencia a creer aquellas que refuerzan lo que quisiéramos que fuera cierto.
“Fui aficionado a la
cacería. Un día en una arboleda poblada de micos, atisbé uno que se movía
en la fronda espesa, disparé, el animal cayó a tierra, era una hembra,
ensangrentada caminó lentamente hacia a mí, llevaba en sus brazos un miquito.
Con sus gestos parecía decirme “no lo mates, te ruego que lo cuides. Voy a
morir por tu culpa, pero solo en la selva no sobrevivirá, me juego por mi amor
de madre porque tú, mi asesino, te hagas cargo de él. Lo tomé en mis manos
mientras ella agonizaba. Cumplí fielmente el encargo llevando su hijo conmigo
hasta su muerte, pero nunca podré reparar ese daño…” y agregó “Destruí la
escopeta y juré no volver a cazar nunca más” mientras se llevaba las manos a la
cabeza. El cazador arrepentido se llamaba Zoilo Guarín Plata, autodidacta,
aventurero, comerciante y poeta, primo de mi padre, a quien contaba esa
anécdota.
Una reacción
frecuente al recibir noticias en las redes sociales, en las que no existen
filtros confiables de veracidad, es la tendencia a creer aquellas que refuerzan
lo que quisiéramos que fuera cierto. Tal vez por recordar aquella historia, di
por cierta y reenvié una reciente noticia viral de un orangután que parecía
auxiliar a un guarda de una reserva que estaba en un pantano; aunque la foto
era real, se aclaró después que había era una vieja amistad entre el simio y el
guarda. A pesar de incontables gestos de convivencia y solidaridad en el mundo
animal, que nos seducen, las conductas violentas de los simios machos y que los
hombres compartimos con ellos en el proceso evolutivo, están bien documentadas
científicamente. Con el orangután, violador por antonomasia, compartimos el 97%
de nuestros genes, con el gorila, asesino implacable, el 98%, con los
chimpancés, que organizan pandillas feroces, tenemos un 99% de cercanía
genética. Cerca del 90% de los asesinos son hombres y a pesar del obvio repudio
de los asesinatos de género más del 80% de los asesinados son hombres, casi
todos los violadores y una gran mayoría de suicidas también lo son. Hemos
estado a cargo de ir a la guerra “sin chistar y sin llorar” desde siempre.
¿Qué hacer con esas
hormonas que nos generan, según algún poeta, “vocación de muerto prematuro,
como toro de casta”? La solución no está en un mundo pacífico y aburrido de
eunucos y bancos de semen, pero ignorar o hacer caso omiso de esas realidades
conduciría a soluciones de política pública inadecuadas, ingenuas o
incompletas.
A los interesados recomiendo dos libros de destacados antropólogos “Demonic Males. Apes and the origins of human violence” y “El lado oscuro del hombre. Orígenes de la violencia masculina”.
Coletilla política: Comparto variadas reflexiones que he escuchado en el pasado a Alejandro Gaviria. Sin embargo, me resulta difícil pasar por alto el favor de prohibir el glifosato que le hizo al narcotráfico; que, irónicamente, tiene ahora la capacidad de financiar algún candidato que sea de los afectos de la reencauchada narcoguerrilla.
rsilver2@aol.com
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