Estudiando derecho, teníamos un compañero que no era el mejor estudiante. No era tan disciplinado, pero sin haber terminado la carrera era el gerente y propietario de una empresa de abogados.
Y les daba trabajo a compañeros suyos que estaban mejor preparados que él.
Ahora lo veo en otras labores.
Seguro que no terminó la carrera, y tal como estaba previsto, varios de sus extrabajadores ahora son jueces de la República de Colombia.
El mundo es así y así debemos enfrentarlo.
Leamos a Krugman, quien siempre nos enseña...
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1

El peor y el más tonto

Al igual que millones de personas en todo el mundo, me tranquilizó saber que Donald Trump es un “genio muy estable”.
Y es que, si no lo fuera —si en cambio fuera un aspirante a tirano
errático, vengativo, desinformado y perezoso— estaríamos en verdaderos
problemas.
Seamos
honestos: Estados Unidos con frecuencia ha sido presidido por hombres
mediocres, algunos de los cuales han tenido personalidades
desagradables. Sin embargo, por lo general, no han hecho mucho daño, por
dos razones.
La
primera es que los presidentes de segunda clase se han rodeado con
frecuencia de servidores públicos de primera clase. Como ejemplo, miren
la lista de los secretarios del Tesoro
desde que se fundó la nación; aunque no todos los que han ocupado ese
cargo eran iguales a Alexander Hamilton (quien creó el Tesoro), es, en
general, un contingente bastante impresionante —y eso ha sido
importante—.
Se
ha debatido si Ronald Reagan, a quien diagnosticaron con alzhéimer
cinco años después de que dejara la presidencia, ya mostraba síntomas de
deterioro cognitivo durante su segundo mandato. No obstante, con James
Baker en el Departamento del Tesoro y George Shultz en el de Estado, no
había nada de qué preocuparse en cuanto a si había gente competente que
tomara las grandes decisiones.
Segunda:
nuestro sistema de pesos y contrapesos ha limitado a los presidentes
que de otro modo podrían haber estado tentados a ignorar el Estado de
derecho o a abusar de su cargo. Aunque probablemente hemos tenido altos
ejecutivos que anhelaban encarcelar a sus críticos o enriquecerse
mientras estaban en el cargo, ninguno de ellos se atrevió a hacer sus
deseos realidad.
Pero eso era antes. Con el “genio muy estable” al mando, las reglas antiguas ya no aplican.
Cuando
ese “genio muy estable” se mudó a la Casa Blanca, trajo consigo a una
colección extraordinaria de subordinados —y los llamo en el peor de los
sentidos—. Algunos de ellos ya se fueron, como Michael Flynn,
a quien Trump nombró asesor de seguridad nacional pese a que ya lo
rodeaban interrogantes por sus vínculos extranjeros y quien en diciembre
se declaró culpable de mentirle al FBI sobre esos vínculos. También se
fue Tom Price, secretario de Salud y Servicios Humanos que renunció
debido a su adicción a costosos viajes en avión privado.
Sin
embargo, otros todavía siguen ahí; seguramente pensar en Steve Mnuchin
liderando el Tesoro hace a Hamilton revolcarse en su tumba. Y muchos
nombramientos increíblemente malos han pasado casi inadvertidos entre el
público general. Solo podemos darnos una idea de qué tan deplorables
son las cosas por la noticias que se filtran de vez en cuando, como que
la persona a la que Trump nombró para dirigir el Servicio de Salud para
indígenas parece haber mentido sobre sus credenciales (una vocera del
Departamento de Salud y Servicios Humanos dice que un tornado destruyó
sus documentos de antecedentes laborales).
Y
mientras ingresa la gente no calificada, la calificada está huyendo. Ha
habido un gran éxodo de personal con experiencia en el Departamento de
Estado; quizá todavía más alarmante es que se dice que hay un éxodo
similar en la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por su sigla en
inglés).
En
otras palabras, en tan solo un año, Trump nos ha acercado bastante a un
gobierno de los peores y más tontos. Así que digamos que es bastante
bueno que el hombre en el puesto más alto es, “como, muy inteligente”.
Mientras
tanto, ¿qué ha sucedido con las restricciones ante un mal
comportamiento presidencial? Digo, los pesos y contrapesos ya son muy de
la década de los setenta, ¿no? Puede que a los republicanos les hayan
importado los actos ilegales del presidente durante el escándalo de
Watergate, pero estos días claramente consideran que su trabajo es
proteger los privilegios del “genio muy estable”, es decir, dejarlo
hacer lo que quiera.
Inclúyanme
entre aquellos a los que no les parecieron tan impactantes las
revelaciones del nuevo libro de Michael Wolff porque solo confirman lo
que ya nos han dicho muchos informes sobre esta Casa Blanca.
La noticia realmente destacada de la semana pasada, a mi parecer, se
trata de las indicaciones que han dado importantes republicanos en el
congreso de que están cada vez más decididos a participar en la
obstrucción de la justicia.
Hasta
ahora, no había quedado totalmente claro si los miembros del congreso a
favor del encubrimiento, como Devin Nunes —quien ha estado acosando al
Departamento de Justicia mientras este trata de investigar la
interferencia que habría tenido Rusia en la elección presidencial—, eran
por cuenta propia. Sin embargo, Paul Ryan, el presidente de la Cámara
de Representantes, ahora se ha sumado por completo a las filas de Nunes,
lo que representa estar totalmente a favor de la obstrucción.
Al mismo tiempo, dos senadores republicanos refirieron
al Departamento de Justicia (la primera vez que se sabe que lo hacen) a
que investigue penalmente a alguien como parte de su propia pesquisa
sobre la intervención rusa: no se trata de aquellos que pudieran haber
trabajado con una potencia extranjera hostil, sino del exespía británico
que elaboró un documento sobre la posible colusión entre Trump y Moscú.
En
otras palabras, sin importar lo mucho que el mundo se cuestione si
Trump es apto para estar en el poder, las únicas personas que podrían
limitarlo están haciendo todo lo posible por ponerlo por encima del
Estado de derecho.
Hasta
ahora, la implosión de las normas políticas de Estados Unidos ha tenido
un efecto considerablemente menor en nuestra vida cotidiana (excepto
que residas en un Puerto Rico azotado por huracanes
y sigas esperando a que se restablezca la electricidad debido a una
respuesta federal inadecuada). El presidente pasa las mañanas viendo televisión y tuiteando su enojo,
ha sembrado el caos en cuanto a la capacidad del gobierno y su partido
no quiere que sepas si es un agente trabajando a favor de alguien en el
extranjero. Sin embargo, las bolsas están al alza, la economía está en
auge y no hemos iniciado nuevas guerras.
Todavía
estamos en los inicios. Pasamos más de dos siglos construyendo una gran
nación y hasta un “genio muy estable” quizá requiera un par de años
para completar su ruina.
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