domingo, 3 de septiembre de 2017

La estigmatizante impronta de ser costeño Por Joaquin Robles Zabala

Una ciudadana del interior del país de Colombia nos decía una vez: "Al ver cómo construían los edificios en Barranquilla y los trabajadores subían a los pisos altos cargando galones llenos de cemento, admiré mucho más a los costeños".

Y eso es así.
Esta columna de Joaquín Robles Zabala toca ese tema... Lo que piensan los cachacos de la "flojera" de los costeños...

Después de conocer el estilo costeño, les cambia el concepto.

RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1

La estigmatizante impronta de ser costeño

Habría que recordarle a Claudia López que si es cierto que en el desfalco más publicitado de la administración Moreno RojaS estuvieron involucrada unos hermanos costeños, el alcalde y todos los que participaron de la manguala eran cachacos.

“Costeño tenía que ser” fue una expresión que acuñó la comedia televisiva “Dejémonos de vaina” (1984-1998), con la que se aludía de forma despectiva a las costumbres de la gente del Caribe colombiano frente a las cachacas. Es decir, definía de manera jocosa la dualidad del centro y periferia que busca establecer la estructura jerárquica de los pueblos, donde la cultura solo es posible desarrollarse dentro de los límites del centro. Esta mirada colonialista tiene su origen, sin duda, en “la teoría de la causalidad acumulativa”, planteada por el premio Nobel de economía Gunnar Myrdal y que, con los años, fue incorporada a otras disciplinas para intentar explicar algunos fenómenos de carácter social.
Entre un concepto y otro, así como entre una ley y otra, siempre  será posible encontrar rendijas teóricas donde, en ocasiones, es fácil colarse para intentar explicar otros hechos de la realidad. “Costeño tenía que ser” se inserta en ese abanico de lugares comunes sobre los cuales se ha buscado definir la idiosincrasia de la costa, pero, sobre todo, la del Caribe. Hace un par de años escribí un artículo titulado “Un cachaco que odio a los costeños” (SEMANA, 02/02/2015) en el que desvirtúo ese conjunto de clichés con el que las telenovelas de RCN y Caracol han encasillado la vida cultural de este trozo del país y que fue la plataforma teórica que le sirvió de comodín al periodista Andrés Ríos para escribir su diatriba  “Contra los costeños” que apareció en la revista Soho y que se volvió viral en las redes sociales.

La risibilidad, en este sentido, no está en el chiste flojo sino en la desinformación. En el desarrollo de los procesos sociales, decía en aquella oportunidad, nada define con mayor precisión a los grupos humanos que el clima. Este no es un factor social pero determina el comportamiento; es decir, las costumbres. 

No es lo mismo caminar diez cuadras bajo el sol canicular cartagenero que hacerlo bajo el arropante frío de una Tunja invernal. De manera que afirmar que los costeños “somos flojos” a partir de una experiencia que no define nada, no deja de ser un chiste. Pero es a partir de los chistes, precisamente, en que esa imagen tergiversada del costeño ha cobrado vida.
Así como Hollywood ha creado una imagen poco atractiva de los árabes y de los millones de islamistas en sus costosísimos filmes, los dramatizados de RCN y Caracol que intentan recrear aspectos de la vida de la región Caribe han enfatizado más sobre una realidad que solo existe en la cabeza de algunos libretistas. Asegurar, por ejemplo, que los costeños hablamos mal es desconocer por completo que los idiomas están compuesto por dialectos, y que estos son como pequeñas piezas en el enorme mapa ajedrezado de la lengua. Desde este punto de vista, los estudios lingüísticos hacen referencia a los “dialectos”. Me explico: idiomas como el castellano, el francés, el italiano o el portugués son dialectos del latín. Otra cosa muy distinta es el sociolecto, que define las formas particulares de habla de los grupos en los que se pone de manifiesto las jergas o argots y entran a hacer parte los significados connotativos.

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