Esto lo
escribí esta mañana…
CAMPAÑAS
POLÍTICAS
RADAR. Si se
escuchan, leen y soportan tantos argumentos en estas campañas políticas.
Todos hacen sus cuentas.
Pero, ¿sí quieren el bienestar de la mayoría?
RADAR. Unas de
las cosas que se ven MÁS en las campañas políticas, además de los votos, los
sapos, las cédulas falsas, las promesas irrealizables… son las NECEDADES de los
escritores "sabiondos" de la política. NUNCA han ganado una elección
y siguen argumentando...
RADAR,luisemilioradaconrado
radareconomico1
Pd: Leamos a Héctor Abad
Facciolince, que me gustó la columna
Todos hacen sus cuentas.
Pero, ¿sí quieren el bienestar de la mayoría?
Contra los "canallistas"
Sí, ya sé que la palabra no
está en el diccionario, pero voy a llamar así, canallistas, a esos demagogos
del verbo, a esos bufones de la perorata y el agravio para los cuales todo el
mundo es canalla, bajo, ruin, corrupto y malnacido, salvo ellos mismos y la
pequeña camarilla de amigos que aplauden sus artículos y sus discursos.
Por: Héctor Abad Faciolince
Su prosa es virulenta e incendiaria, y generaliza
al mundo entero bajo el paraguas de la maldad y la inmoralidad pública y
privada. Su actitud es de altivez intelectual, desdén gramatical, y desprecio
moral por cualquier figura pública (especialmente si pertenece a un movimiento
político, o peor, al Gobierno), a quienes, sin distinción alguna, mete en el
mismo saco de ladrones, canallas, bellacos, mercachifles, cuando no asesinos,
bandidos y ejecutores o cómplices de todos los horrores que haya habido en el
país. Para el canallista, todo el que busque la paz es guerrillero, y por ende
secuestrador y terrorista.
Polémico con todos, amigo de ninguno, el canallista
—desde su trono moral, desde su impoluta torre de integridad— desprecia e insulta
al mundo entero con grandes adjetivos generalizadores. Toda la clase política
no es más que una jauría de brutos y corruptos, mamones de la teta pública,
cómplices de minas, masacres, atentados. El canallista, por supuesto, tiene
mucho de donde cortar tela, pues la política suele ser una actividad bastante
turbia en todo el mundo, y rara vez los gobernantes son estadistas. Al
canallista le queda fácil encontrar algún dato, bien sea una frase o una
salida, una traición o una mentira, para vilipendiar a cualquiera que esté o
haya estado en un cargo público. El canallista vive de la dificultad y tragedia
de la política, que es una actividad de transacciones y acuerdos, más que de
principios inamovibles.
Este tipo de actitud polémica e incendiaria es
conocida en todo el mundo. Al canallista, en Italia, se le llama
“qualunquista”, en Francia, “poujadista”, y unos y otros, en general, alimentan
el populismo reaccionario de izquierda o de derecha: los tiranos suelen empezar
como canallistas que escupen azufre contra todo aquello que no son ellos. Así
empezó aquí Laureano, el gran moralista, un botafuego profesional de oratoria
iracunda, y así mismo empezaron Mussolini, Hitler, Le Pen… ladrando contra todo
y contra todos, en una falsa antipolítica, criticando desde una altura
angelical e impoluta, que lo único que pretendía era una anarquía momentánea,
un vacío político, un aturdimiento de todos los movimientos, de todos los
partidos, para aprovechar el momento y encaramar en el poder a un déspota.
Al canallista lo define la desconfianza genérica y
total en todas las instituciones y figuras públicas: el Congreso, el Ejecutivo,
las Cortes, la Fiscalía, lo que sea, todos son nidos de víboras, sentinas de
podredumbre, alcantarillas. Sólo hay un hombre bueno, la primera persona del
singular, el pronombre primero del hablante (yo yo yo), al lado de un pueblo
genérico e ingenuo que debería seguirlo como un rebaño.
El canallismo es la antesala perfecta del populismo
demagógico y de la dictadura. Porque la política no consiste, no puede
consistir, en escoger a un solo Mesías idóneo, inmaculado, impoluto. Tampoco
consiste en optar por lo perfecto —que no existe— sino en descartar lo más malo
y escoger aquello que, según las circunstancias, es lo más conveniente para un
país, o lo menos dañino. Uno no vota por lo ideal —que no lo hay casi nunca—
sino contra los más malos.
Al canallista nadie le parece bien, todos son
asquerosos salvo su caudillo, que puede ser él mismo. El canallista no dice
cuánto Estado quiere, o si no quiere ninguno o si piensa que el Estado debería
ser su propia monarquía. O si lo que quiere es la anarquía, no nos muestra
dónde ha funcionado bien, salvo en un fantástico pasado del buen salvaje
primitivo o en un futuro del hombre comunista, o del hombre unido a Dios. En
últimas, creo que no hay canallas más canallas que los canallistas.
- Héctor Abad | Elespectador.com
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