El sabor amargo de unas
elecciones narradas por un columnista preocupado.
Thierry Ways, sigue indignado…
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Un engranaje
perfecto
Por: Thierry Ways
Por: Thierry Ways
Escuché a una conocida analista
política decir esta semana que no hay datos que demuestren que estas elecciones
hayan sido más corruptas que otras. En parte, tiene razón: la corrupción, como
la extorsión o el narcotráfico, no reporta anualmente sus cifras al Dane. Pero
eso no impide que se saquen conclusiones. En casi todas las situaciones de la
vida tenemos que razonar a partir de información imperfecta y, a falta de
estadísticas, los testimonios presenciales y las observaciones indirectas
sirven para hacernos una idea de las cosas.
Podemos mirar, por ejemplo, la
escala de la invasión publicitaria que se tomó las ciudades y los pueblos. Casi
no había plano o superficie que no estuviera adornado con un rostro, una cifra
y un logotipo. Lo mismo en la radio y la TV: andanadas de publicidad política
que debió costar ríos de dinero.
Un indicador anecdótico
alarmante es la suma que se paga en la calle por voto comprado, que viene
aumentando muy por encima de la tasa de inflación. En las elecciones
legislativas de 2010 se hablaba de 20.000 pesos por voto. En las regionales de
2011 había subido a entre 30.000 y 40.000, cifra que se mantuvo en 2014. Esta
vez, un voto en Barranquilla costaba alrededor de 100.000 pesos, aunque también
se pagaban sumas mayores por votos múltiples, para varias ‘dignidades’,
empaquetados en ‘combos’.
Ese dinero lo entregan los
‘mochileros’, como le llaman en la Costa a los coordinadores de barrio que,
lejos de cualquier filiación partidista, ponen al servicio del mejor postor sus
regimientos de electores a sueldo. Imitando tácticas del mundo corporativo, los
partidos hoy tercerizan la compra de votos, subcontratándola a especialistas
experimentados en el oficio, que se encargan de preparar los múltiples
ingredientes —censo, transporte, refrigerios, animación, etc.— de la parranda
democrática.
La corrupción, en otras
palabras, se profesionalizó.
Como cada peso gastado tiene
que ser recuperado y, además, dejar alguna utilidad —de lo contrario no es
negocio—, por simple lógica financiera podemos anticipar para los próximos años
una rapiña histórica, un saqueo proporcional a las millonarias inversiones
realizadas para llegar al poder.
A eso, sumémosle los
infaltables toques de republicanismo bananero que se dieron en esta ocasión: el
candidato que hizo campaña —y ganó— desde la cárcel, las medidas contra el
trasteo de votos que terminaron anulando miles de inscripciones de cédulas por
error, los avales repartidos sin coherencia ideológica alguna, los tarjetones
marcados de antemano. Y un episodio horrendo: los 11 soldados y el policía
masacrados por 300 milicianos del ELN mientras cuidaban las elecciones en un
resguardo indígena.
Este desmadre moral debe ser
tabulado como uno de los costos de la paz con las Farc. Un lustro de mermelada,
con la que el Gobierno buscó obtener el apoyo irrestricto al proceso de paz que
un país dubitativo se rehusaba a darle, barrió con el poquísimo decoro que le
quedaba al sistema político colombiano. El clientelismo tradicional mutó y
ahora es un engranaje perfecto de votos que eligen a quienes otorgan contratos
y contratos cuyas ganancias compran los votos de quienes eligen. No sé si
fueron las elecciones más corruptas de la historia, pero sí las más
desesperanzadoras.
@tways / ca@thierryw.net
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