lunes, 14 de junio de 2021

ENVEJECIENDO SIN PENSIÓN. Por José Amar Amar

Yo no le aposté a la pensión y no me arrepiento. 

Arranqué el RADAR y empecé a cotizar, pero no fue fácil cumplir.

Hacer periodismo económico en Barranquilla hace cuatro décadas era una locura.

Es más, cuando le apostamos al proyecto, los directores de las emisoras me decían eso. ‘Eso no vende’.

Fue difícil…

Por eso dejé de cotizar. 

Hace unos años volví y empecé a hacerlo.

¿Qué me quedará?, no tengo ni idea…

ENVEJECIENDO SIN PENSIÓN

En nuestro país, las personas mayores son casi invisibles...

Esa es la columna de José Amar Amar en El Heraldo…

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@radareconomico1

 Opinión

ENVEJECIENDO SIN PENSIÓN

En nuestro país, las personas mayores son casi invisibles. Paradójicamente, el virus nos hizo visible. Como diría Hitler, la covid-19 está haciendo una terrible limpieza demográfica. Casi siete de cada diez muertos por causas de este virus son mayores de sesenta años.

Por José Amar Amar

Cuando somos jóvenes, muy pocas veces pensamos en que también envejeceremos. Vemos la vejez como algo ajeno y lejano. Vivimos el presente. 

En este país, donde los jóvenes se matan unos a otros, ya como policías o estudiantes, como guerrilleros o paramilitares, o narcotraficantes, llegar a viejo es como un privilegio.

Uno se mira todos los días en el espejo y no se da cuenta de cómo va cambiando su apariencia, pero siempre hay alguien que nos hace ver que estamos entrando en la vejez. Me di cuenta de esto un día que asistí a un evento en la universidad donde trabajo y me tocó quedarme de pie porque todas las sillas estaban ocupadas. 

Un funcionario me vio, se levantó de su silla y me la ofreció. Al sentarme, lo primero que pensé fue que si me había ofrecido su silla era porque me consideraba viejo.

En nuestro país, las personas mayores son casi invisibles.

Paradójicamente, el virus nos hizo visible. Como diría Hitler, la covid-19 está haciendo una terrible limpieza demográfica. Casi siete de cada diez muertos por causas de este virus son mayores de sesenta años.

Es muy difícil ser viejo en Colombia. El sistema pensional solo le da mesada a una de cada cuatro personas en edad de pensionarse. La gran mayoría debe vivir arrimada en la casa de un hijo o un pariente lejano, con muchas limitaciones y sintiéndose un estorbo, como un mueble viejo e inútil. Afortunadamente, los colombianos somos muy solidarios y asumimos las carencias del Estado.

A pesar de todo lo que nos quejamos, los colombianos de comienzo de este siglo vivirán en promedio veinte años más que sus compatriotas de comienzo del siglo pasado. El problema que preocupa es que aproximadamente en 2050 más de la mitad de la población colombiana será mayor de sesenta años.

Entonces, no serán unos pocos los viejitos sin pensión, sino la inmensa mayoría de la población la que no tendrá mesada porque la mitad de los ocupados de hoy están en la informalidad, y hay otros tantos desempleados que tampoco cotizan y que en su vejez no recibirán pensión.

Aunque este problema se ve lejano, si el país no toma prontas medidas, dentro de algunos años serán los mayores de setenta años los que marcharán y bloquearán las calles.

Seguramente, el próximo presidente tendrá que hacer una reforma pensional. Pero no se trata solo de aumentar la edad de la jubilación, ni tampoco de si el sistema debe ser público o privado. Hay evidencias de que en el futuro habrá muchos empleos, pero ello implica contar con una población altamente educada, y en ese aspecto estamos mal: de cien niños y niñas que ingresan a primaria, solo cuarenta y cuatro llegan al grado once, y solo diez terminan la educación superior. Si no hay buena educación, no habrá buenos empleos, y menos una pensión, a no ser que el Estado subsidie.

Hace poco leí un artículo en el que se estimaba, respecto a la población de Estados Unidos, que si una persona quería tener una vejez tranquila tenía que ahorrar un millón de dólares antes de los sesenta y cinco años. En lo que a nosotros concierne, ¿podremos alcanzar esa meta? 

Adenda: Antes de la presencia del virus, lavarse las manos con frecuencia era diagnosticado como compulsión. Hoy es protección.

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