La
tarea de Alberto Salcedo al escribir sobre Silvestre no fue fácil. Sobre todo,
porque el cantante tiene muchos seguidores. Como aclaró el narrador,
Una
tarea compleja, porque, tal como se esperaba, se soltaron muchos colombianos a
hacer comentarios también fuertes,
¿Hasta
dónde podría llegar ese asunto? No tengo la respuesta.
Lo
que si tengo claro en mi vida, es que la violencia no es el camino para
solucionar los problemas de esta nación. No puedo estar de acuerdo con la vulgaridad
pública, aunque uno la pueda expresar en privado.
¿Silvestre
lo está haciendo bien?
¡Yo
pienso que no!
Ni
tampoco su sello comercial. No es ganarse unos pesos, hay que tener en cuenta
cómo se ganan…
La
sociedad colombiana merece respeto.
¿Qué
le vamos a enseñar a nuestros pelaos?
RADAR
Soho.com.co / Publicado en 2013-08-28
Contra Silvestre Dangond
Por Alberto Salcedo
Ramos. Ilustración: Jorge Restrepo
Desde posar para su nuevo disco vestido de camuflado y con
armas, hasta tocarle los testículos a un niño en la tarima: más que un cantante
es un SIMPLE provocador. El periodista Alberto Salcedo Ramos, experto en
vallenato, dice por qué Silvestre Dangond no pasa de ser un insulto.

Forzado
por el compromiso de escribir esta diatriba, reviso en YouTube los videos del
cantante Silvestre Dangond. Llevo una hora padeciendo sus brincos grotescos,
sus alaridos ramplones, su tremenda agresividad. Yo ya sabía que es un patán de
siete suelas, lo que me pregunto ahora es si tiene algún límite. A juzgar por
lo que he visto en este ratico, la respuesta es no: primero le pellizcó los
testículos a un niño que se subió a la tarima para imitarlo, después gritó a
los cuatro vientos que él gana mucha plata, luego intercambió agravios con su colega
Peter Manjarrés, más adelante dijo que algunos malquerientes lo acusan de “ser
marica”.
En este punto fue particularmente rudo: agitando la mano con fuerza advirtió
que él es “un varón, varón, varón, varón, varón”, y a continuación invitó a sus
enemigos a “que se pongan” para demostrarles su hombría. No explicó cómo quiere
que se pongan, pero se entiende que es en cuatro.
Silvestre Dangond –yo no soy ningún marica (dolor de cabeza).mpg
Dangond se da bombo, gruñe, provoca, insulta. Su boca no recibe órdenes del
cerebro sino del aparato digestivo: más que hablar, excreta; vomita en tiempo
real, sin ninguna revisión previa, todo lo que se le va ocurriendo según las
emociones del momento. No es gratuito que en el diccionario de la RAE la
segunda acepción de la palabra “silvestre” sea “inculto, agreste y rústico”. Por
lo menos hay que reconocerle al tipo que tiene el nombre bien puesto.
Me atrevería a decir, sin embargo, que Dangond es mucho más que “inculto,
agreste y rústico”. Para demostrarlo estoy buscando los argumentos en estos
videos de YouTube. Con lo que he visto hasta ahora ya podría considerarlo un
personaje dañino. Les envía a sus seguidores un mensaje peligroso: para
triunfar hay que ser atrabiliario y andar por ahí con una actitud
irresponsable. Si tus conciertos se llenan, si tus discos se venden, si tu casa
disquera te consiente, si los periodistas de farándula te lisonjean, ¿a quién
coño le interesa cómo te comportes? Así que reparte ultrajes a diestra y
siniestra, chico, escandaliza, putea a quien te dé la gana, agárrate los huevos
en público o agárraselos a cualquier niño que se te acerque, sé irrespetuoso,
actúa como un bárbaro. Nada malo te va a suceder. Mientras más vulgar seas, más
te aplaudirán; mientras más imprudencias cometas, más te destacarán en los
medios.
¿Cómo fue que este ser de modales tan repulsivos se convirtió en un fenómeno de
masas? Sencillo: pareciéndose al país que lo endiosa. No nos engañemos: la
Colombia de los irascibles tiene a Silvestre como su patrón en la música, del
mismo modo que tiene al doctor Álvaro Uribe Vélez, otro capo de las emociones
primarias, como su patrón en la política. Ambos son dignos exponentes de la
mentalidad pendenciera arraigada entre nosotros. Aún me pregunto por qué los
votantes del canal The History Chanel no escogieron a Dangond como el segundo gran
colombiano.
Pero volvamos a los videos. He visto varias veces el episodio del niño. No solo
es repudiable que Dangond le agarre los testículos: también lo es que se saque
del bolsillo un fajo de billetes y, como si fuera un vulgar narco, se los obsequie
al muchachito.
2.
Silvestre
Dangond le toca los genitales a un niño.
Cada nuevo capítulo de Dangond siendo Dangond excita los ánimos: hay insultos
de quienes lo celebran, hay insultos de quienes lo critican. Al pie de esta
diatriba que estoy escribiendo, en el foro de los lectores, van a ver cómo se arma
una trifulca entre quienes lo aman y quienes lo desprecian. Esa es otra de las
razones por las cuales considero que su actitud es peligrosa: en un país
colmado de gente incendiaria, él se exhibe en público con un galón de gasolina
en la mano izquierda y una caja de fósforos en la derecha. Inflama, azuza,
despierta pasiones básicas, induce a la bronca. Y todo eso lo hace en sus
conciertos, ante multitudes enardecidas por el licor.
A ratos Silvestre Dangond no parece un cantante sino un matón de cine. Chuck
Norris, pongamos por caso. En tales momentos no luce tan interesado en cantar
como en ajusticiar a alguien: un colega, un enemigo anónimo, e incluso algún
seguidor de los que pagaron para verlo. Es lo que pienso al ver la siguiente
escena grabada durante una de sus presentaciones. Juancho de la Espriella toca
el acordeón, Silvestre empieza a pegar sus saltos de chimpancé. La cámara, que
se encuentra diagonal a la tarima, lo enfoca de abajo hacia arriba, un encuadre
apropiado para su ego agrandado. Lleva una camisa de mangas sisas que parece
sacada del guardarropas de Rambo.
De pronto aparece en primer plano la mano levantada de un hombre
presumiblemente borracho: el tipo blande el dedo del corazón una y otra vez.
Silvestre podría —debería— ignorarlo. Al fin y al cabo, está haciendo el
trabajo por el cual le paga su público. Si los cantantes tuvieran que andar por
ahí escarmentando a cada espectador impertinente que les sale al paso, los
conciertos no serían un escenario de gozo sino un campo de guerra. Pero esperar
que Silvestre el agreste opte por la mesura es como pretender que los cerdos
dejen de revolcarse en el lodo.
Así que Dangond interrumpe la canción y se dedica a increpar al borracho:
—Le prometí a mi mujé y a mis hijos no ponerme a peleá con nadie en tarima,
pero yo te voy a decí una cosa a ti: ese deo te lo vas a tené que meté tú mismo
ya sabes por dónde. Y te lo chupas de paso, pendejo.
Tras un instante de silencio escupe una amenaza extraña.
—Si sigues jodiendo, te mando los cascos rusos que tengo aquí, pendejo.
3.
Video de Silvestre insultando a un borracho
¿Cascos rusos? Caramba, caramba. Si Silvestre los usa para intimidar es
porque son intimidantes. Me pregunto si serán unos señores brutales como los
paramilitares que tanto daño han causado en su región, esos asesinos que cortan
cabezas con motosierras y a los que, por casualidad, les gusta utilizar prendas
bélicas como las que le fascinan a Dangond. Qué miedo. Me aterra, además,
descubrir súbitamente otra coincidencia: el actor que encarnó a Rambo en el
cine se llama Sylvester.
Siempre me ha intrigado que Dangond se vea a sí mismo como un guerrero
ajusticiador. En la portada del CD que presentó recientemente aparece retratado
como un Rambo del trópico: gafas militares, ropa camuflada, fusil de asalto,
canana atravesada en el pecho, rostro de gánster. El título del álbum nos
permite atar ciertos cabos: La novena batalla. Con razón tanto alboroto, tanta
rabia. Por fin venimos a confirmar que cada trabajo musical suyo es una guerra.
Ya lo dije: a ratos, en la tarima, Dangond tiene más vínculos con Chuck Norris
que con Alejo Durán: no canta, dispara. Dispara insultos, gritos, frases de mal
gusto, versos estúpidos, gestos corporales excesivos como los de un atleta
pasado de doping.
Durante el lanzamiento de ese álbum reciente, por cierto, Dangond volvió
a dejar en claro que su patanería no conoce límites. De repente, mientras
cantaba, dijo que cuando a él lo ven sus competidores en las esquinas “se les
pone así” (y en este punto hizo con los dedos índice y pulgar la seña de un pipí
encogido por el susto). A continuación dio un paso al frente y amenazó con
abrirse la bragueta, un gesto comparable con el del francotirador que en el
momento de urgencia acerca la mano al gatillo. Lo dicho: para la psiquis
enferma de Silvestre hasta el pene es un arma de destrucción masiva.
Hubo otro momento del video que resalté en mis apuntes de trabajo: fue cuando
empezó a cantar Lo ajeno se respeta:
El que enamore a mi mujé
Yo le enamoro la de él.
Como si la canción no fuera ya lo suficientemente abominable, Silvestre Dangond
le añadió en la presentación un verso y un gesto nuevos que contribuyeron a
hacerla más vil. El gesto fue levantar el dedo del corazón como el borracho del
otro video. Y el verso —horror de horrores— fue el siguiente:
El que enamore a mi mujé
Le puyo el jopo (ano) a la de él.
Las canciones de Dangond, aunque no hayan sido escritas por él, reflejan
fielmente su estilo violento y chabacano. Por eso las escoge, por eso las
canta. A una mujer le advierte: “Me vuelve loco tu hermosura / pero pendejo no
soy”. A otra le dice que prefiere nombrarla como “la difunta” porque para él ya
está muerta.
Después de gruñirles a sus enemigos, insultar a los borrachos del público,
agarrarle los testículos a un niño, amenazar con chuzarle el ano a una mujer,
pisotear el legado de los juglares vallenatos e imponer el matoneo donde antes
reinaba la poesía, Dangond cierra el círculo asesinando alegóricamente a las
musas de sus cantos. Su asesor de imagen debería sugerirle que en este punto,
ya como un macho victorioso, eructe, se tire un pedo y haga un disparo al aire.
Supongo que cuando Dangond conozca mi diatriba me mandará sus cascos rusos.
Adelante, Sylvester: gana tu décima batalla eliminándome. Yo no quisiera
morirme todavía, lo admito, pero me gusta más la idea de ser tu difunto que la
de soportar tu ordinariez.