¿Qué sería de
Colombia sin periodistas comprometidos con la verdad?
A mí me están
gustando las historias de “Pirry”, Guillermo Arturo Prieto La Rotta, porque a
través de él, los colombianos nos enteramos cómo funciona este negocio, que se
llama Vida.
Una vida
complicada, triste, dura; pero al mismo tiempo hermosa, agradable, dulce. Depende,
como te llegue la suerte. ¿Será suerte? O es como dice algunos: “Naciste…
nacimos con el destino trazado”… ¿Cómo será eso?
Hasta los que
saben más se equivocan, cuando se habla del tema.
Ni siquiera
sabemos cómo se mueve el cerebro y vamos a saber qué va a pasar con nuestras
vidas.
También me está gustando que un medio tan poderoso y manejado por un grupo económico como el de Carlos Ardila Lulle, le permita al Pirry expresarse como lo hace. Para mí es un gran avance en esta sociedad colombiana. Al periodismo hay que dejarlo que se exprese...
Lo que si tenemos
claro es que, si no tenemos PERIODISMO y PERIODISTAS, las injusticas serán más
y más crueles… Por lo menos, permitamos que haya buen periodismo, para vivir
mejor.
Con David Remnick, te das cuenta que debemos atentos a los acontecimientos políticos, económicos y sociales del mundo entero.
Habla de Obama y su contendor, porque de allí saldrá el nuevo presidente de la potencia más importante del planeta.
¿Qué pensará Jon
Lee Anderson, que estuvo por aquí el sábado en Barranquilla y quien escuché
ayer en Cartagena, en un homenaje que se le tributó a Eligio García Márquez?
Luisemilioradaconrado
ENTREVISTA. En EL PAIS, de España
"Saldrá caro no tener periodismo"
Él director de The New Yorker, David Remnick, defiende el pago por los
contenidos en Internet para mantener una prensa de calidad independiente que
presione al poder
David Remnick (New Jersey, 1958), es un
privilegiado en un oficio que atraviesa una tormenta perfecta. Entre 1988 y
1992 fue corresponsal del Washington
Post en Moscú. Vivió la perestroika
y el derrumbe de la Unión Soviética y escribió un
libro imprescindible, La tumba de Lenin (Debate), que le valió el Premio
Pulitzer. Ahora es director de The New Yorker, una de las
publicaciones más exquisitas, brillantes y profesionales jamás concebidas para
deleite del lector y que parece capear muy bien la crisis.
Remnick no teme que
desaparezcan los grandes periódicos globales como el New York Times,
sino el efecto devastador en la textura de las sociedades que puede suponer que
dejen de existir los periódicos locales. “Me crié en New Jersey, cerca de una
ciudad llamada Newark”, explica. “Desde que tengo memoria, todos los alcaldes
de Newark han acabado en la cárcel. Hasta ahora, porque el actual es un buen
tío. En parte porque había un periódico agresivo que onía el foco en cualquier
actividad sospechosa que pasaba en Newark. Hoy en día este periódico, como
muchos otros, está bajo una gran presión. Y esperemos que no cierre”.

Remnick
ha estado en Barcelona, detrás de Bruce Springsteen, un tipo que también es
de New Jersey y a quien vio actuar por primera vez en 1973, cuando todavía era
un desconocido, haciendo de telonero de Chicago en un concierto en Newark. Está
fascinado por este viejo roquero —“un performer
extraordinario, un James Brown blanco”— que suda la camiseta reconvertido en un
héroe de nuestro tiempo. Remnick espera contar a sus lectores “la historia de
una estrella del rock que envejece pero que se hace aun más popular; como decía
Lennon: ‘a
working class hero is something to be”.
Su
último libro, El Puente. Vida y
ascenso de Barack Obama (Debate), recobra actualidad ahora que
el primer presidente negro de Estados Unidos se presenta a la reelección, algo
que Remnick no da por hecho. “Normalmente, hubiera pensado que Obama tendría
una cierta ventaja en muchos aspectos, pero si uno mira a Europa comprueba que
todos los presidentes salientes han perdido las elecciones, y superar esta
tendencia que tiene su origen en la ansiedad económica es muy difícil. Ha
tenido éxito en muchas cosas, entre otras en política exterior, pero a poca
gente le importa. El desempleo es alto y el crecimiento limitado, y la gente
olvida cuánto peor era todo en 2008”.
Quiero
que 'The New Yorker' sea rentable porque quiero que su libertad continúe.
Cuando
empezó a escribir El
Puente, Remnick solo pretendía analizar a “un personaje americano
muy específico y peculiar y cómo gestionaba uno de los más dolorosos legados de
la historia norteamericana, el que tiene que ver con la cuestión racial”. No
esperaba que llegara ni siquiera a ser candidato. “Lo confieso. Alguien entró
en mi despacho y me dijo: ‘Obama va a ganar a Hillary’. Ni hablar, le dije, te
apuesto cien dólares. ‘¿Por qué?’, me dijo. Su nombre es Barack Hussein Obama,
le contesté, y por cierto, es negro, en caso de que no te hayas dado cuenta”.
Hillary, señala Remnick, era una política muy competente que además era más
popular en la comunidad negra que Obama. “Era muy difícil de imaginar lo que
sucedió y lo paradójico es que creo que Hillary tiene grandes posibilidades en
2016, pese a que será mayor incluso que Ronald Reagan cuando ganó su primer
mandato”.
Obama,
piensa Remnick, representa muy bien el cambio de la sociedad norteamericana en
el último tramo del siglo XX y comienzos del XXI. “No hay más que mirar las
estadísticas; hace unos días se certificó que por primera vez los nacimientos
de blancos son minoría”, apunta. “El partido Republicano tiene muchas razones
para la ansiedad: se está haciendo viejo, más blanco y más y más conservador,
pero sigue teniendo muchas posibilidades de ganar la presidencia y el Congreso,
y mantener la mayoría en el Tribunal Supremo, y eso es porque los Estados
Unidos —no Nueva York o Los Ángeles— no es España ni Francia, es un lugar mucho
más conservador. En 2008, cuando ganó Obama, en Europa se pensó que todo iba a
ser diferente. Es cierto, las cosas cambian, pero las elecciones no significan
transformaciones mágicas de la totalidad política de un país. Tenemos un
presidente muy liberal que no se atreve a actuar en el control de las armas, no
puede; que tampoco ha podido cerrar Guantánamo. Los parámetros en los que puede
moverse son muy limitados y la naturaleza del Congreso es muy conservadora.
No
es que tenga una gran opinión de su adversario, el republicano Mitt Romney.
“Parece un muñeco de plástico; es una persona muy rica alejada de la gente
común y se hizo rico no creando innovación, sino en el papel del tipo que llega
a una empresa para despedir a la gente”. Pero las elecciones en Estados Unidos,
asegura, se ganan y se pierden, como en casi todas partes, en el centro. “Toda
la gente de un lado sabe a quién va a votar y toda la gente del otro lado
también. Luego está esta parte intermedia, que es decisiva, y que habitualmente
no presta atención a la campaña hasta septiembre u octubre, así que las
encuestas van arriba y abajo”. “Romney”, añade, “puede parecer loco o vacío
para muchos demócratas y para buena parte de los europeos, pero quienes voten
por él lo harán solo porque no les gusta Obama”.
El
director de la revista ha estado en Barcelona siguiendo a Bruce Springteen para
contar su historia
Piensa
Remnick que a la crisis del oficio y el negocio del periodismo se le puede
aplicar la teoría de Schumpeter de la destrucción creativa, en el sentido de
que los que quienes salgan de la crisis lo harán reforzados. Pero no son los
grandes medios globales los que le preocupan, sino el periodismo regional y
local y la barra libre que se abre al poder político en estas circunstancias.
“Miro a Moscú y veo cosas muy interesantes. La estructura del poder básicamente
piensa que no le importa nada lo que se imprima; pasan completamente de la
prensa escrita, que tiene absoluta libertad. Todo lo que les importa en ese
gran país es la televisión estatal, y esto sí que lo controlan. El resto les da
igual, ni siquiera interfieren en Internet, como hacen los chinos. Es un nuevo
estilo de autoritarismo, pero con una idea muy clara. Las líneas de independencia
dependen del tipo de medio que se trate”.
“En
Occidente, el sistema no es perfecto, pero lo que sí somos es libres. El editor
tiene una zona de independencia y libertad, y esto es extraordinario y raro. No
hay duda de que las presiones comerciales importan, y la razón por la que yo
quiero que el New
Yorker sea una publicación rentable no es para hacer mucho más rica
a la familia propietaria, sino porque quiero que su libertad continúe, para
olvidar el nivel de ansiedad que produce pensar que si fuéramos un poco menos
libres podríamos rescatar la revista de la quiebra”.
El
New Yorker nunca
ha estado abierto en la red —“una de las mejores decisiones que tomamos”,
dice—. Como editor, Remnick no está cerrado a la explotación de todas las
plataformas que puedan surgir, pero no olvida el principio básico del oficio:
“Sin una realmente rigurosa cultura de investigación, de explicación, de contar
bien las historias, de presionar al poder, de mantener la independencia, no hay
periodismo”, asegura.
“Y sí, este tipo de periodismo es muy caro, pero hay algo
más caro para la sociedad: no tenerlo”.
Y
hablando de dinero, considera Remnick que el precio del New Yorker es demasiado
barato. “Si estoy dando el mejor periodismo de investigación del mundo, el más
alto nivel de ficción, humor, bellas ilustraciones y portadas, esto requiere
recursos y alguien tiene que pagar por ello. Pero esta es la parte en la que
tenemos suerte: hacemos algo que la gente quiere y está dispuesta a pagar por
ello”.