Claro que existe...
ÉL existe...
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Dina Luz Pardo Olaya
se sentía agradecida.
UN BUEN FINAL
*Bueno, mis amigos, a veces comparto una que otra anécdota, vivencias y demás. Aquí una reciente*.
Por Dina Luz Pardo
***
Que te avisen ayer sábado en la mañana que había problemas por resolver en una parte del centro, es normal, aunque no lo esperaba porque pensaba viajar en horas de la tarde para cumplir una cita con la poesía en Macondo, no pude.
Que te avisen media hora después que tu mamá tuvo un accidente, no es normal; aunque gracias a Dios no es grave el asunto. Y en medio de todo ese ajetreo de emociones entre asuntos laborales y familiares, sucede algo que me dejó en estado de…
Al filo del mediodía me pagaron un dinero que a su vez debía pagar a las personas encargadas de la vigilancia del proyecto de los comerciantes, el pesebre; hasta aquí todo bien. La cantidad: “considerable a la tres”.
Llegué a una farmacia a comprar unas pastillas. Saqué mi billetera, el estuche de las gafas, la cosmetiquera, todo para ordenar en la parte de abajo las drogas.
Cuando iba a tres cuadras más arriba del lugar donde queda la farmacia después de haber hecho dos diligencias más, ¡ay, mamita mía!, fui a buscar la billetera y no estaba en mi bolso, al parecer la había dejado en la vitrina de la farmacia, un sábado, diciembre de por medio, mucha gente en el centro, no era para menos que las emociones siguieran en desajuste total.
Solo puse las manos en mi cabeza intentando calmar el revoltillo de pensamientos y preguntas: y cómo iba a responder por esa cantidad de dinero hoy mismo? Y mi cédula, tarjetas débito y crédito? Alguien que me vio dijo: -De todos los rostros que he visto de ti (feliz, triste, etc), éste no te lo conocía-. Fue mi compañía en medio de tremendo susto.
Corrí hasta llegar a la farmacia. Entré y puse mis codos sobre la vitrina con mis manos temblando pegadas a mis mejillas, sólo sé que mis ojos hablaban ante la mudez de mi boca. Cuando digo que mis ojos hablaron es porque al fondo de la farmacia, una joven y otro señor, que trabajan ahí, se sonrieron y me dijeron: -¡Sí, aquí está, relájate!”-.
Salieron algunas lágrimas, pero todavía no podía creerlo. En cuanto pude, dije: -es que mi billetera…-.
Ellos replicaron -sí, te la guardamos, aunque un señor que estaba comprando una medicina en ese momento en que usted se fue, aprovechó y la había agarrado entre sus manos, pensaba llevársela, pero nosotros le dijimos que no se la podía llevar porque sabíamos a quién se le había quedado aquí y que estábamos seguros de que volvería por ella-.
Y así fue, volví y me entregaron la billetera tal cual la dejé y para rematar solo aceptaron mis agradecimientos con llanto y todo. Debo confesar que en el camino de regreso a la farmacia no albergué mucha esperanza de que hubiesen guardado mi billetera... pero ese poquito de esperanza, bastó ese poquito en ese momento.
Ahora me pregunto:
¿A caso no son ángeles celestiales en nuestro andar cubriéndonos y guardándonos del mal? ¿Cómo no dar gracias al Todo Poderoso? (Salmo 34:8).
*Bueno, mis amigos, a veces comparto una que otra anécdota, vivencias y demás. Aquí una reciente*.
Por Dina Luz Pardo
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Que te avisen ayer sábado en la mañana que había problemas por resolver en una parte del centro, es normal, aunque no lo esperaba porque pensaba viajar en horas de la tarde para cumplir una cita con la poesía en Macondo, no pude.
Que te avisen media hora después que tu mamá tuvo un accidente, no es normal; aunque gracias a Dios no es grave el asunto. Y en medio de todo ese ajetreo de emociones entre asuntos laborales y familiares, sucede algo que me dejó en estado de…
Al filo del mediodía me pagaron un dinero que a su vez debía pagar a las personas encargadas de la vigilancia del proyecto de los comerciantes, el pesebre; hasta aquí todo bien. La cantidad: “considerable a la tres”.
Llegué a una farmacia a comprar unas pastillas. Saqué mi billetera, el estuche de las gafas, la cosmetiquera, todo para ordenar en la parte de abajo las drogas.
Cuando iba a tres cuadras más arriba del lugar donde queda la farmacia después de haber hecho dos diligencias más, ¡ay, mamita mía!, fui a buscar la billetera y no estaba en mi bolso, al parecer la había dejado en la vitrina de la farmacia, un sábado, diciembre de por medio, mucha gente en el centro, no era para menos que las emociones siguieran en desajuste total.
Solo puse las manos en mi cabeza intentando calmar el revoltillo de pensamientos y preguntas: y cómo iba a responder por esa cantidad de dinero hoy mismo? Y mi cédula, tarjetas débito y crédito? Alguien que me vio dijo: -De todos los rostros que he visto de ti (feliz, triste, etc), éste no te lo conocía-. Fue mi compañía en medio de tremendo susto.
Corrí hasta llegar a la farmacia. Entré y puse mis codos sobre la vitrina con mis manos temblando pegadas a mis mejillas, sólo sé que mis ojos hablaban ante la mudez de mi boca. Cuando digo que mis ojos hablaron es porque al fondo de la farmacia, una joven y otro señor, que trabajan ahí, se sonrieron y me dijeron: -¡Sí, aquí está, relájate!”-.
Salieron algunas lágrimas, pero todavía no podía creerlo. En cuanto pude, dije: -es que mi billetera…-.
Ellos replicaron -sí, te la guardamos, aunque un señor que estaba comprando una medicina en ese momento en que usted se fue, aprovechó y la había agarrado entre sus manos, pensaba llevársela, pero nosotros le dijimos que no se la podía llevar porque sabíamos a quién se le había quedado aquí y que estábamos seguros de que volvería por ella-.
Y así fue, volví y me entregaron la billetera tal cual la dejé y para rematar solo aceptaron mis agradecimientos con llanto y todo. Debo confesar que en el camino de regreso a la farmacia no albergué mucha esperanza de que hubiesen guardado mi billetera... pero ese poquito de esperanza, bastó ese poquito en ese momento.
Ahora me pregunto:
¿A caso no son ángeles celestiales en nuestro andar cubriéndonos y guardándonos del mal? ¿Cómo no dar gracias al Todo Poderoso? (Salmo 34:8).
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