La fama, la fama… cómo acaba con el hombre… hombres y mujeres, cuando
tienen eso pegado a su cuerpo, se les olvida que son mortales como yo…
El sacerdote Rafael de
Brigard, lo dice con unas palabras sabias: “Todos los sacerdotes que han sido vedettes, bien sea por construcción
propia o por obra de sus admiradores, todos, sin excepción, terminan mal”.
Salvemos al padre Chucho…
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De los sacerdotes 'vedettes'
Por: RAFAEL DE BRIGARD
Rafael de
Brigard
Todos los sacerdotes que han sido
vedettes, bien sea por construcción propia o por obra de sus admiradores,
todos, sin excepción, terminan mal.
Salvo porque la fama les venga de la santidad,
ninguna otra fama me gusta de los sacerdotes. Siempre son famas problemáticas,
con o sin culpa. Los sacerdotes no somos ministros de Dios para ser famosos o
aplaudidos o condecorados u homenajeados. Huir de todo eso es lo más sensato
que puede hacer cualquier buen cura. También los obispos. Y los arzobispos.
Con
los cardenales no me meto.
También los fieles que admiran a sus sacerdotes
deben ayudar a que dicha buena mirada sirva únicamente para orar por ellos y
para hacerles fructífera su vida pastoral y nada más.
Tengo en mente al conocido padre Chucho, de la
Diócesis de Fontibón, situada en la margen suroccidental de la ciudad de
Bogotá. Lo conocí como alumno en el Seminario Mayor de Bogotá cuando yo hacía
parte del equipo director de esta institución. Venía de una sencilla familia de
apellidos Orjuela Pardo, quizás del norte o del oriente de Cundinamarca. Creo
que se ganaban la vida con una tienda de barrio o una panadería, vecina del
Cantón Militar del Norte de Bogotá. Tanto es así que ingresó al Seminario de
Bogotá, pero para servir dentro del clero castrense. Luego se decidió por la
Arquidiócesis de Bogotá y finalmente la división de esta jurisdicción en otras
nuevas diócesis lo situó en la de Fontibón. Ya desde niño, como dicen las
biografías de los grandes, se destacaba por sus dotes musicales y luego resultó
tener habilidades de comunicador social, con las cuales saltó a ese foso de
leones que se llama “la fama”. Y lo hizo a través de su trabajo pastoral por la
pantalla de TV, con mucha acogida de las gentes sencillas.
Después comenzaron la leyenda y el cuento. Que anda
en carro blindado, que tiene guardaespaldas, que está rico de dinero, que lo
llaman de todas partes, que viene de una familia muy importante, que es
inmortal. No tengo ni la menor idea de si algo de esto es cierto, excepto lo de
la inmortalidad por el bautismo, pero lo dudo casi todo. Pero el tema no es el
oropel. El asunto de fondo es que el padre Jesús Hernán Orjuela Pardo, como
figura en su partida de bautismo, está experimentando el dolor, el agobio y la
vaciedad de ser famoso como sacerdote. Tanto que amenazó con asilarse en un
monasterio, es decir, tiene que estar muy desesperado. Su fama no le permite
hacer celebraciones en nuestras pequeñas iglesias y debe acudir a los espacios
comunes de las barriadas, y esto ha sido pan fresco para los amigos de toda
protesta. En fin, nada importante, pero sí diciente de cómo la fama se vuelve
fuente de toda clase de resentimientos en una sociedad resentida por esencia.
Unas pocas cosas le bastarían al padre Chucho, como
lo llama la turba: recordar sus sencillos orígenes, seguir ejerciendo su
ministerio con poder espiritual, alegría y discreción, desmontar cualquier
parafernalia si es que en realidad existe, y vivir como un sencillo cura, que
es un estado de vida muy suficiente para cualquier persona sincera y de fe
profunda. Y por encima de todo, dejar ver que el centro de todo es Nuestro
Señor Jesucristo.
Nada de afiches ni calendarios con fotos del padre Chucho,
nada de venta de peregrinaciones encabezadas por el padre Chucho, nada de
entrevistas radiales o televisivas para hablar del padre Chucho, nada de
homenajes al padre Chucho, nada de discos cantados por el padre Chucho. Todo
sea Jesucristo y que cada uno de sus ministros sea simplemente antorcha que se
consume lentamente, iluminando el rostro amoroso y salvador del único que
venció pecado y muerte, Jesucristo, Señor Nuestro.
Todos los sacerdotes que han sido vedettes, bien
sea por construcción propia o por obra de sus admiradores, todos, sin
excepción, terminan mal. Unos dejan el ministerio para escribir artículos de
autoestima. Otros se rodean de grupitos de mutuo elogio que intoxican.
Otros terminan en ruptura con la madre Iglesia, que
les transmitió el orden sagrado. La mayoría acaba por causar inmensa confusión
cuando no escándalo en sus antiguos admiradores al ver el desenlace meándrico
de sus vidas. El buen padre Chucho, porque es buen sacerdote, está a tiempo de
romper con la borrachera de la fama y mucho le ayudaría un superior claro y
pronto en su intervención. Y nuestra oración.
Rafael de Brigard, Pbro
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