Las
ciudades nuestras están creciendo a la topa tolondra, a la mano de Dios.
En
Barranquilla, donde vivo, se han construido edificios y se están construyendo
tantos en las cuadras aledañas, que impedirán que mi vida sea tranquila. Me la
estoy imaginando, en unas cuantos meses, en un caos total.
Y
tampoco conozco que en los planes de desarrollo de las administraciones se esté
hablando de puentes que podrían aliviar los trancones.
Nuestro
futuro no será tan agradable, si no te toman medidas inteligentes.
De
acuerdo con este editorial de La República, definitivamente…
RADAR,luisemilioradaconrado
@radareconomico1
Sábado, Abril 11, 2015
Más
allá de que las autoridades del transporte hagan trasmilenios para todas las
ciudades, hay un foco enfermizo
En pocos años se podría decir que a los
colombianos no los matan las enfermedades tropicales o la violencia generada
por las guerrillas y las bandas criminales, sino que se mueren del estrés
acumulado por años como consecuencia de los tacos, trancones, embotellamientos
y atascos vehiculares que a toda hora se viven hasta en los pueblos más ignotos
de la geografía nacional. No solo se trata de la Carrera Séptima en Bogotá, la
Avenida Las Vegas en Medellín, la Avenida Sexta en Cali o la 70 en
Barranquilla, la inmovilidad vehicular es un asunto digno de catalogarse como
un problema de salud pública que enferma a los colombianos.
Obviamente en la
anterior afirmación hay un poco de exageración, pero es lo que sienten los
colombianos cuando están atados de pies y manos a un vehículo particular o
público rumbo a su trabajo, a una cita de negocios, a una clínica, a un centro
comercial, a una universidad o a cualquier situación que involucre actividades
por fuera de su entorno más inmediato.
Es un país sin vías y sin medios masivos de
transporte dignos que respeten al ser humano. Recorrer un kilómetro en Bogotá
en horas pico y en lugares de alto flujo vehicular es cuestión de 10 o 15
minutos, solo el doble de hacerlo caminando o trotando. Y si a eso se le suman
las permanentes protestas sociales que tienen a la Capital del país como
epicentro de sus reivindicaciones, la situación es verdaderamente dramática,
tal como ocurrió el pasado jueves cuando las calles vivían su propio ‘bogotazo
de trancones’.
Las otras ciudades tampoco se quedan atrás, Medellín a pesar del
metro y de su civismo, no ha resuelto los trancones del sector de El Poblado
que concentra, en solo seis kilómetros, toda la actividad comercial de la
pujante capital de Antioquia. En Cali las cosas no son tan dramáticas, pues el
Mío funciona y es una ciudad que no concentra su funcionamiento en un solo
sector, sino que fluye a tolerable velocidad.
Y si nos vamos a las carreteras, las cosas
no mejoran. Entre Bogotá y Cali hay más de 12 peajes en promedio a $8.000 en
menos de 500 kilómetros; pero lo más preocupante es que a los usuarios de la
histórica carretera Panamericana les falta educación, motos en los carriles
rápidos, camiones por el centro, nulo acompañamiento de la Policía de
carreteras y gente pidiendo limosna en la berma del camino.
Ciertamente, es un
mensaje lacónico para el Ministerio de Transporte, para Invías, y para todos
los secretarios de movilidad de las ciudades para que hagan sus tareas de
verdad, porque la escasez de infraestructura, el mal uso de las pocas que hay,
el irresoluto lío de los trancones hacen que el país siga en los últimos
puestos de competitividad y que los colombianos muramos de estrés.
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