Esos encuentros son enriquecedores.
Nos citamos.
Recordamos pasajes de nuestras vidas y reimos con alegría.
John, que es un vendedor nato (por eso ha sobrevido sin trabajar en ningún medio importante) me vendió su blog suavemente... Lo he leído corriendo. Pero esta vez le dije: "esta vez va por el Blog". Y generalmente cumplo mis compromisos.
Para este día tan importante que celebramos los periodistas, el escrito de John Acosta está como anillo al dedo.
Perfecto.
Y aquí se los presento. Me gusta porque eso es lo que está ocurriendo: el blog como alternativa...
Nosotros lo estamos experimentando. El Blog funciona...
RADAR,luisemilioradaconrado
radareconomico1
miércoles, 28 de agosto de 2013
El periodista independiente frente al poder: el blog como alternativa
Por
John Acosta
Las
dos veces que intenté ejercer el periodismo, me tocó retirarme de los medios
antes de los seis meses por desacuerdo en el manejo político de los
mismos. La primera vez fue en el diario
regional de la costa Caribe colombiana, El Heraldo, de Barranquilla; la segunda
vez fue en otro diario regional, esta vez en el llamado Eje Cafetero, un
triángulo de tres departamentos enclavados en los Andes colombianos. Una
tercera vez intenté ingresar al diario nacional El Tiempo, a través de una ex
compañera mía de la universidad que laboraba allí y que, después de algún
período de haberse llevado mi 'currículum vitae' para ingresarlo
en ese periódico, me dijo una vez con cara de tristeza: “El editor me comentó
que no se pudo dizque porque los Santos (familia que en ese entonces era dueña
del matutino) eran racistas”; sin duda, fui víctima de esa rara costumbre
nuestra de pegar la foto tipo pasaporte en la hoja de vida.
Pedro Martín-Leyes |
Gustavo Bell Lemus |
Lo
de El Heraldo lo he contado otras veces, pero no está de más repetirlo.
Resulta que yo cubría allá la página política, junto con dos compañeros más. Corría el año de 1991. Y en mi país se llevaba a cabo la primera elección popular de gobernadores, quienes antes eran designados por el presidente de la República. En el departamento del Atlántico, el más desarrollado del Caribe colombiano, se originó una terrible lucha entre los dos candidatos con mayores posibilidades de resultar elegidos: Pedro Martín Leyes y Gustavo Bell Lemus. El primero era el candidato oficial del Partido Liberal Colombiano y un sector del Partido Conservador; el segundo era el candidato de la disidencia del Partido Liberal, otra del Partido Conservador, la Alianza Democrática M-19 (cuyo motor era el grupo guerrillero que había firmado la paz recientemente), entre otros movimientos. A mí me asignaron para que cubriera la candidatura de Bell Lemus (crónica de Bell).
Resulta que yo cubría allá la página política, junto con dos compañeros más. Corría el año de 1991. Y en mi país se llevaba a cabo la primera elección popular de gobernadores, quienes antes eran designados por el presidente de la República. En el departamento del Atlántico, el más desarrollado del Caribe colombiano, se originó una terrible lucha entre los dos candidatos con mayores posibilidades de resultar elegidos: Pedro Martín Leyes y Gustavo Bell Lemus. El primero era el candidato oficial del Partido Liberal Colombiano y un sector del Partido Conservador; el segundo era el candidato de la disidencia del Partido Liberal, otra del Partido Conservador, la Alianza Democrática M-19 (cuyo motor era el grupo guerrillero que había firmado la paz recientemente), entre otros movimientos. A mí me asignaron para que cubriera la candidatura de Bell Lemus (crónica de Bell).
Juan B. Fernández Renowitzky |
Un
domingo, el director del periódico de esa época, Juan B. Fernández Renowitzky, irrumpió en la sala de redacción
con una pregunta inquietante: “¿Quién es el redactor político?”. Todos mis
compañeros redactores me miraron con compasión: los otros dos periodistas de la
sección estaban de descanso. “Yo”, respondí. “¿Usted sabe quién viene dentro de
un mes a Barranquilla?”, me increpó. “No tengo ni la más remota idea”, dije con
altivez. “Entonces, ¿qué clase de periodista político es usted? ¡Viene Alfonso
López Michelsen!”.
Alfonso López Michelsen |
Me dio el número telefónico de la secretaria privada
del ex presidente de la República. Y, al día siguiente, salió la gran noticia
en la primera página de El Heraldo: “López viene en un mes a Barranquilla”. El expresidente de la República venía a respaldar la
candidatura de Martín Leyes a la Gobernación del Atlántico. Cosas de la vida:
pasaron los 30 días y, de nuevo, mi colega, que cubría esa otra campaña, estaba
de descanso. Me tocó ir al Paseo Bolívar a reportar el evento político. Entre
los periodistas que estábamos en la tarima, miramos alrededor y concluimos que
había menos de cinco mil personas ese día. Sin embargo, cuando llegué al
periódico a redactar la noticia, me acordé de lo que había pasado en ese mismo
sitio hacía tan solo un mes y supuse que era una especie de fascinación la que
ejercía el expresidente liberal sobre el director del matutino donde yo
laboraba: en un acto de deshonestidad periodística, multipliqué por tres los
manifestantes de esa tarde en la proclamación política y escribí que fueron
cerca de 15 mil los asistentes al Paseo Bolívar.
La Libertad era el otro periódico; es decir, la
competencia. El director de este diario, Roberto Esper Rebaje, era segundo
renglón en la lista al Senado que, por el Partido Liberal, encabezaba el
político caqueteño Ricaurte Losada Valderrama, que había hecho su vida política
en la capital del país. Esta lista
también apoyaba la candidatura a la Gobernación del Atlántico de Pedro Martín
Leyes. De manera que, al día siguiente, La Libertad tituló a seis columnas y en
primera página: “¡Apoteósica manifestación en el Paseo Bolívar!” Y más abajo: “Más
de 100 mil personas asistieron a la proclamación de Martín Leyes”. Es decir, 75
mil almas más de las que yo había dicho en El Heraldo.
Ricaurte Losada Valderrama |
Ese día fue terrible para mí en el periódico. Me hicieron
redactar una carta en la que explicaba por qué consideraba que apenas habían
asistido cerca de 15 mil personas y no más de 100 mil. Esa carta sería
publicada al otro día. Afortunadamente, el diario capitalino El Espectador dijo
que los manifestantes eran cerca de seis mil. Me fui a acostar a mi casa con la
convicción de que, con la carta, se habían matado miles de demonios que
deambulaban en la redacción política en plena época electoral.
Roberto Esper Rebaje |
No fue así. Cuando llego a la redacción en la
mañana, abro el periódico y veo que publicaron la carta completa, pero con un
enorme titular en la sección política, que decía: “No fueron 15 mil, sino unos
50 mil los manifestantes del Paseo Bolívar”. Renuncié. Me fui para Bogotá a
terminar mi carrera universitaria.
Pedro Martín Leyes perdió las elecciones frente a
Gustavo Bell Lemus, quien, años más tarde fue director de El Heraldo. El
segundo renglón de Roberto Esper no alcanzó a llegar al Congreso. Y Ricaurte
Losada terminó en la cárcel y despojado de su investidura de senador.
En
el diario La Tarde no escampó
Yo había llegado a El heraldo, a raíz de unos
comentarios elogioso que había hecho, en un seminario en Riohacha, el conocido
periodista colombiano Juan Gossaín sobre una crónica que yo había publicado en
una revista minera. A la semana de haberme graduado, me llamaron del diario La
Tarde, de Pereira, por recomendaciones de la universidad de donde había
egresado. Allá me tocó a mí solo hacer diariamente la página política.
Al igual que en El Heraldo, reconocidos políticos
nacionales llamaban desde Bogotá para que les publicara notas sobre ellos en el
periódico: el poder siempre adula a los periodistas que está en los medios; una
vez el periodista sale de los medios, el poder no lo vuelve a determinar para
nada.
Al principio, tuve en La Tarde toda la libertad para
publicar las noticias políticas que se sucedían en la ciudad. Era finales del
año 1993 y se acercaba una dura campaña electoral en el país. A medida que se
intensificaba el proceso electoral, fui sintiendo la presión en el matutino.
Primero de mis mismos compañeros: “Acuérdate que este es un periódico liberal y
tienes que darle más cobertura a los candidatos de este partido”. Después, la
misma editora, que fungía de directora encargada: “Debes irle bajando el juego a
los otros partidos políticos y darle más al Partido Liberal”. Yo seguía haciéndome
el desentendido y sacaba en la página al político que era noticia, sin importar
el color de su militancia.
Hasta que una tarde, la editora me llamó y me dijo: “Necesito
que retires esta noticia de la página y coloques otra del Partido Liberal”. Le
respondí que mi ética no me permitía hacer eso y que, si la de ella sí, que lo
hiciera. Le dejé la página diagramada sobre su escritorio. “Mañana le traigo mi
carta de renuncia a primera hora”, le concluí. Así lo hice.
Sin
medios, sin poder
Me refugié en la División de Comunicaciones de una
empresa carbonífera en La Guajira, trabajando como FreeLancer: escribía
crónicas y reportajes para sus revistas interna y externa. Luego, aterricé en
la Universidad Autónoma del Caribe, a facilitar clases de periodismo a jóvenes
soñadores. En esas estoy. En la calle, suelo toparme con los políticos que me
invitaban a cenar, que me llamaban a conversar, en fin: ni me conocen siquiera.
Recuerdo a una concejala de Pereira, de donde es el diario La Tarde, que
llegaba a buscarme al periódico para invitarme a su finca con su familia. Con
ella, dejé mi prevención frente al poder porque supuse que su amistad era
sincera. Por eso, me alegré mucho cuando me enteré, ya en estas tierras lejanas
de la de ella, que había sido elegida gobernadora de Risaralda. La llamé unas
dos veces para felicitarla: no me pasó al teléfono.
Como duré muy poco en los periódicos en donde
ejercí, muy pocos colegas me conocen. Eso tampoco ayuda para ocupar cargos de
cierto rango, donde se necesita el reconocimiento público que dan los medios a
quien ejerce el periodismo. De manera que estoy felizmente condenado a no pasar
de ser un desconocido docente, a quien le basta el cariño sincero de sus estudiantes.
Sigo siendo, por supuesto, apático a los halagos del poder: llevo 12 años de
profesor en la Universidad Autónoma del Caribe y todavía no conozco el Despacho
de la Rectoría.
Afortunadamente, apareció internet. Y con él, los
blogs. Ahora tengo mi propia tribuna, en donde nadie me dice qué debo escribir
ni a quién. No hay en Comarca Literaria coqueteos alguno con el poder, en
ninguna de sus dimensiones: tenderos, modistas, docentes rurales, estudiantes,
campesinos, artesanos, indígenas, en fin, gente del común son los protagonistas
aquí. Y lo serán por siempre.
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